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El Taoro

El Taoro es un barrio inglés, en el que todavía quedan en las cunetas los restos de los gargajos furtivos –un inglés no escupe jamás- del coronel Whetered, que era amigo del deán anglicano de la iglesia cercana. Supongo que, como todos los británicos, incluido Mr. Anthony Eden, el primer ministro de la crisis de Suez, el coronel Whetered, veterano de la India, vino a Tenerife a curarse de las fiebres y arrastraba su malaria por los arrabales del parque, cerca del hotel. Aquí casó a su bella hija con otro inglés recosido, o por lo menos eso he visto en una foto de la época que encontré en un mercadillo. Una amiga mía conserva los restos de la restaurada chimenea de los Whetered, restos primorosos, en su casa, también en el Taoro. Son incontables los personajes que llegaron aquí, incluido el padre de Oscar Wilde, irlandés en este caso, que era médico y ayudó a los galenos de la Isla a controlar un brote de cólera, aunque desde luego no era su especialidad: el doctor Wilde era cirujano otorrino y oftalmólogo. De la cabeza para abajo, poco. Se alojó en el Sitio Litre, que ahora es museo en lo posible, regentado por su entusiasta propietario, John Lukas. Y se asustó de la suciedad de los hogares pobres del Puerto. En el Sitio Litre, el que reina es el espíritu de Molly Abercrombie, la anterior propietaria, que tenía pelos de bruja. Una mujer fuera de su tiempo, progresista, osada, simpática, con un puntito de locura en sus comportamientos. Molly cambió una vez el norte por el sur y yo me la encontraba en un velero, anclado en la bahía de Los Cristianos, en la noche de los tiempos. Hoy todavía la gente camina por el Paseo de la Sortija, donde mi abuelo, a caballo, espichaba con un punzón las cintas que bordaban las damas portuenses.

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