tribuna

Fernando Delgado

Por Fanny Rubio. | Semanas atrás, en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz, un numeroso grupo de familiares, escritores, amigos, compañeros, editores, colaboradores y admiradores celebró un emotivo homenaje al mítico escritor y comunicador canario desde los años ochenta hasta el presente Fernando G. Delgado, fallecido recientemente en Faura (Valencia). La desmemoria inoculada por las diferentes propagandas a las que estamos hechos durante el pseudomoderno y, a medias, trágico y banal siglo XXI llevó a preguntar sin mala fe a algunos asistentes bienintencionados de los medios asistentes cómo Fernando debería ser recordado. Como sucede con las pérdidas personales, la primera intención de los contribuyentes parecía responder a esa cuestión siguiendo el esquema habitual de conformar entre unos y otros el abrazo simbólico por parte de quienes el paso del tiempo moviliza el propio recuerdo inserto ya en su experiencia cotidiana. ¿Cómo expliar, en breves minutos, a los jóvenes asistentes a este acto que, cuando Fernando Delgado tenía sus años, no padecíamos el feroz enfrentamiento entre españoles del presente, y si lo hubo de manera ostensible o incluso soterrada, la convivencia creada por personas como Fernando Delgado, perteneciente a la llamada “generación de la Transición”, hoy denostada, creaba cada mañana en la cuerda floja de aquel alambre que se podía quebrar espacios afables hasta donde las antenas llegaban para que los enfrentamientos mostrados en paisajes adversos quedaran nada más sonar su sinfonía como resto de discordia cada vez más disminuido? ¿Cómo decirles que, en Radio Nacional, Cadena SER, Pueblo, El País, Informaciones, etcétera, en los años en que ellos leían el “Libro rojo del cole” y los poemas para niños de Gloria Fuertes, la voz de Fernando Delgado creador de opinión con grupos de periodistas incipientes levantaba sonrisas en tozudos militantes, en viejos sindicalistas, en jóvenes abanderados de la nueva identidad sexual y grupos universitarios que escuchaban su voz como el retrato de un país disidente que proponía a quienes guardaban sables mohosos que se sumaran a una alegría verbal mayor, consiguiéndolo? En sus novelas (La mirada del otro, el título que mejor lo apellida) y poemas (Proceso de adivinaciones, donde demuestra enorme capacidad prospectiva) tendía manos y sembraba pensamientos nuevos en sus lectores, esas manos maestras de docente, tal vez desaprovechado para las aulas, que extendió su cátedra televisiva y radiofónica por todos los lugares de nuestro país. Hago mía una de sus últimas frases: “El futuro de todos depende del legado histórico… herencia que sería suicida no aprovechar”. También existe la de Fernando Delgado para los nuevos periodistas.

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