El otro día, buceando entre las noticias del seguimiento de la información sobre el continente que hacemos desde Casa África (se llama Dosier África y quien lo desee puede recibirlo en su buzón de correo todos los días laborables) me sorprendí con un dato que me dejó de piedra: la energía que consume solo el aeropuerto de Heathrow (Londres) es superior a toda la que consume un país africano entero como Sierra Leona, con cerca de 8,5 millones de habitantes.
Ya les he hablado en otras ocasiones del potencial energético que para el mundo tiene el continente africano, pero hoy quería llamar la atención sobre una necesidad urgentísima que tiene África y que explica, en gran manera, la enorme brecha de riqueza que la separa del resto del mundo: la generación eléctrica.
Cualquier argumento sobre África y el desarrollo pasa hoy por la necesidad de mejorar la capacidad de generación eléctrica. Sin electricidad no puede haber desarrollo, no puede crearse empleo, no puede haber prosperidad. Porque la realidad actual es que la llamada brecha del desarrollo entre el continente africano y el resto del mundo, en términos eléctricos, ha adquirido dimensiones tan colosales que, más que una brecha, es un abismo.
En nuestro planeta, tres de cada cuatro personas que no tienen acceso a la electricidad están en el continente africano. Son, aproximadamente, 600 millones de personas (de 1.300 millones de habitantes), de las que, además, el 98% están en la llamada África subsahariana. En Europa, (450 millones), el 100% de los ciudadanos tenemos acceso a la energía eléctrica.
La comparación con el resto del mundo es demoledora: mientras en África vive el 18% de la población actual del mundo, solo consume el 6% de la energía generada en el planeta. Otra cifra comparativa: excluyendo Sudáfrica (el país más ‘electrificado’), el consumo de energía por cada africano es de solo 180 kilowatios hora (kwh). El consumo medio de la UE es de 6.500 y en los Estados Unidos alcanza los 13.000 kwh. Es decir, que un estadounidense consume de media 72 veces más energía que un africano y un europeo,0 36 veces más.
Ya existen, obviamente, grandes planes de desarrollo energético para el continente africano, pero uno se pregunta si en la práctica los grandes anuncios de instituciones multilaterales, con pomposos nombres de proyectos de cooperación, llegan a ponerse en práctica.
Al respecto, solo un ejemplo: la Agencia Internacional de la Energía advertía el otro día que solo se ha cumplido un 12% de los compromisos anunciados con entusiasmo por todos los países del mundo en la última COP28 para potenciar las energías renovables.
En África queda mucho trabajo por hacer y las perspectivas no siempre son optimistas: la demografía avanza implacablemente y a veces lo hace a un ritmo mayor del que se logra poniendo en marcha nuevas infraestructuras eléctricas. Y eso hace, además, que los sistemas disponibles no sean capaces de aguantar el exceso de demanda.
El desafío en este sentido es abrumador: solo en Nigeria, por ejemplo, entre enero de 2010 y junio de 2022 hubo 222 colapsos parciales o totales de la red, lo que aquí llamamos un ‘cero’ energético. En Sudáfrica (fíjense que he citado los dos motores económicos del continente, Nigeria y Sudáfrica, para que se hagan una idea del desafío que todo esto supone), conviven habitualmente con los cortes de luz (el llamado deslastre de la carga), a veces de 2, 3, 4, 8 o hasta 12 horas al día.
Es muy difícil comprometerse a invertir en una fábrica sin la garantía de que la electricidad llegará de forma estable las 24 horas del día. Recuerden pues, cuando escuchen sobre la necesidad de industrializar el continente africano, que el reto de hacerlo pasa primero por garantizar en el continente sistemas eléctricos estables y capaces de atender la demanda. Que no haya un buen sistema eléctrico en todo el continente explica que haya dos tercios de la población obligada a cocinar con carbón o madera, con lo que implica para la salud y la contaminación.
Como ven, este es un tema crucial para el desarrollo de África, un continente que desde el punto de vista energético convive con varias paradojas. La primera, la de la propia maldición de los recursos. ¿Cómo es posible que el continente más rico en recursos naturales sea el continente con menor capacidad energética?
La segunda, que, ante este abismo energético, y en el marco de los compromisos globales de descarbonización para atenuar el cambio climático, los países desarrollados estén poniendo reparos al desarrollo de infraestructuras para explotar las grandes reservas de petróleo o gas existentes en África, tratando de impulsar que los nuevos proyectos funcionen con energías limpias.
Tiene su parte de lógica, porque el esfuerzo debe ser colectivo y global, pero creo que es necesaria muchísima empatía: ¿cómo pedir a los países africanos, que son los que más impacto directo reciben del cambio climático, que no exploten materias primas que pueden conllevar riqueza, desarrollo y capacidad de electrificarse? ¿Cómo podemos ser tan hipócritas si seguimos extrayendo del continente las fuentes de energía que alimentan nuestras industrias?
El presidente de Kenia, William Ruto (precisamente uno de los países africanos que más firmemente está apostando por el desarrollo de las renovables), firmaba el otro día un artículo en el que resumía en una sola frase el daño que está causando la emergencia climática: “Mi país acaba de salir de la sequía más larga de la que se tenga registro para entrar en un periodo de inundaciones devastadoras”. El artículo de Ruto hablaba de cambio climático para luego reflexionar alrededor de la carga que supone la deuda externa para los países africanos, pero eso ya es otro artículo en sí mismo.
Lo que quería decirles es que, además de ser empáticos y entender cierta excepción en los casos africanos, es fundamental que todos estos grandes compromisos que se anuncian para África tengan en cuenta la energía como la mayor de las prioridades. Por ejemplo, el gran plan geopolítico de la Unión Europea, llamado Global Gateway, tiene como una de sus prioridades de cooperación con África (150.000 millones de euros en total) el concepto de ‘acelerar la transición verde’. Otras potencias, en su estrategia geopolítica, han comprometido grandes sumas de dinero en la electrificación (Estados Unidos, por ejemplo, prometió 7.000 millones de dólares en apoyos financieros al desarrollo energético en un plan llamado Power Africa).
Consultoras internacionales como McKinsey calculan ya en cerca de 400.000 millones de dólares la inversión necesaria para la electrificación del continente en los próximos 25 años. La propia Unión Africana, el Banco Africano de Desarrollo o el Banco Mundial son conscientes de la importancia de este concepto, y lo sitúan en lo más alto de la lista de necesidades.
Hacen falta, especialmente, sistemas eléctricos aislados, estos sí basados en las energías renovables, porque es impensable tender redes eléctricas para conectar todo el continente, dada la extensión del mismo. Y en eso, recordemos, en Canarias somos especialistas y ejemplo de desarrollo a nivel mundial.
Es importante que se coopere en ese ámbito, del que les he hablado en muchísimas ocasiones en otros artículos, para impulsar las energías renovables y hacer de África un gran hub del hidrógeno verde, pero todo eso, es decir, el rédito que dejen los recursos naturales al continente, debe ir aparejado con ayudar y garantizar que todo el beneficio permita avanzar en la electrificación del continente. Es la receta imprescindible para la creación de empleo y, consecuentemente, el factor decisivo para que los jóvenes africanos vean con esperanza la posibilidad de emprender y labrarse un futuro en sus propios países.
*Director general de Casa África