A mí me da que esas monjas clarisas de Burgos que salen en los periódicos, día sí día no, de lo que tienen vocación es de agentes inmobiliarios. Aconsejadas por un prelado cuya ordenación fue ejecutada por un obispo ordenado como tal por el falso papa Clemente, aquel del Palmar de Troya que la montó gorda, las monjas se han enfrentado al arzobispo de Burgos y al propio papa Francisco, que ya no sabe dónde meterse. Yo, la verdad, estoy un poco harto de ver a las clarisas entrando y saliendo de notarías y despachos, pero dicen que lo que subyace en el asunto es el valor inmobiliario de sus terrenos. Si la fiebre se corre por las Españas tendríamos un cisma conventual que ni el inmenso poder del Vaticano va a poder atajar. El prelado chimbo Pablo de Rojas asegura que es duque imperial y cinco veces grande de España, admira a Franco –joder, ¿no tenía a otro?— y afirma que la Iglesia no tiene papa desde que murió Pío XII. Lo peor es que a las religiosas de Belorado (Burgos) se les han unido otras en Orduña y Derio (Vizcaya) y ya son 16 las rebeldes. España es la patria de la monja alférez, Catalina Erauso, que se dedicó a matar hombres por América, y alguno aquí, allá por 1.650, personaje mitad ficción, mitad realidad. Yo creo que la monja alférez se habría puesto del lado de las clarisas de Belorado por su rebeldía, no por otras cosas porque las monjas guerreras del obispo Rojas son santas y pías mujeres, pero un poco desobedientes. Es curioso ver a religiosas mezcladas con obispos del Palmar, guardias civiles, fiscales, notarios y autoridades eclesiásticas esperando a la puerta de un convento. No tenemos remedio, y aunque su hábito es canelo, las monjas de Burgos son típicas representantes de la España negra. Monjas bravas, coño.
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