decalcomanÍa 226

Nunca

“El problema es la ansiedad, el porno, el gluten y la carne roja. Nadie se libra. Tú tampoco”
Ilustración: María Luisa Hodgson

Escupir hacia arriba es una temeridad. Sucede con asiduidad cuando se es pubescente, insolente, ignorante. Contingencias y soluciones en las manos, en el hígado. Dictar sentencia a la ligera y por wasap es tónica habitual en la veintena y antes. Lagartijas. Conmigo o contra mí. Aventurarse a la jungla con el kit de todo a un euro es sabiduría, agua con gas, hielo y limón. Hortera. Zas. Exabrupto. Zas. Eructo. Zas.

¿Dónde queda la niña, el niño y el rico helado de piña? Ahora, el problema es la ansiedad, el porno, el gluten y la carne roja. Nadie se libra. Tú tampoco. La modernidad, atenta a la voraz amenaza, calma las heridas con la psicología de mercado, la sexología de postín, el detox, la terapia de las copas con amigues y la engañifa de Instagram. Antropofagia en el orden establecido, en la mesa de desayuno, en los medios de comunicación, en las redes sociales… Viva la Inteligencia Artificial y Ed Sheeran.

El cuerpo ha dejado de tener sustancia. Los ideales agonizan. Los tuyos, también. Háztelo ver. El cuerpo es un trozo, un muslo, un trasero que desaloja, una piel depilada. Avanza de la cabeza a las uñas de los pies con una bocachancla y un corazón demasiado incandescente. La inconciencia no pasa factura. El ser humano es lo que pesa en el lineal de las verduras. En general, me importa un pimiento rojo, verde y amarillo. Después saldremos a la calle con banderas libertarias y el agravio en el bolsillo.

En la cama dormimos. Pensamos que jamás nos desvelaremos. Y seguimos durmiendo hasta que llega la pastilla hipnótica sedante de la doctora Carmen Rubio, pese a dormitar en cualquier asiento, en la playa, frente a renglones y bajo estrellas y copas de árboles. A veces, casi siempre a mala hora, hay quien no despierta. Es la vida y su drama. Lágrimas hasta el próximo fatal desenlace. Dormirse en el sillín de la bicicleta es una quimera.

Soñamos con la familia ideal, con una descendencia modélica a imagen y semejanza. Y no. Afortunadamente eso no existe. Ni siquiera en el rancio abolengo. Luego, defenderemos a capa y espada que mi baby no repita curso aunque zanganee, rasgue el ukelele y tenga más cuento que Calleja. Nos alinearemos, entonces, con la obstinada pedagogía y su tropa toca corneta. ¡Aquí se promociona! La Santa Inspección Educativa marca la consigna y el hastiado profesorado claudica: “Lo que usted diga”. Cuestión de supervivencia.

La melena es energía. Lo sabe Sansón y Dalila. Milagroso champú con queratina para reparar, acondicionar y evitar el encrespamiento de la pelambre. Bendita caspa y glorificados piojos. Agradecidas raíces en el cuero cabelludo que adornan anuencias y enaltecen mechones. Sin quimioterapia ni pieles rojas ni alopecias galopantes no hay calva posible. Sinfonía de rizos, tirabuzones, tintes, coletas, trenzas y rastas. El centro del Universo en mi cocorota. Voy y vengo con gallardía en travesías, satenes y fotografías. El paso del tiempo se lleva mejor con cabellera. Si es blanca es tendencia, luz en la sombra. No obstante, amanece en Turquía, en la Clínica Fortuny y en la micropigmentación de Fayna Pérez. Mi reino por un peine y un pelo en la sopa.

De nada sirve rebelarse contra la gravedad. Criaturas, despertares, biología. Mirarse al espejo, aceptarse. Y el adverbio nunca. Qué difícil parece. Qué difícil que en los penales no haya ningún justo, que en los panales no haya ningún zángano, hilvanó Gloria Fuertes.

Menos mal que en el desequilibrio de los días, en la exhibición y en el ostracismo, existe la palabra que atempera el alma y cicatriza la nicotina, aquello que dijiste.

La cosa, en el fondo, tiene gracia.

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