El papa ha ordenado al clero que no demore sus sermones más de ocho minutos. “La gente se queda dormida”, razona el papa Francisco, y no le falta razón, porque hay sermones que aburren, que están llenos de disparates y lo que hacen es espantar a los fieles. Antes, cuando empezaba a hablar el cura, la gente se salía de la iglesia y se ponía a fumar en la puerta. Con la nueva directriz papal, los curas, que casi nunca preparan sus homilías, sino que van soltando sus disparates como les vienen, tendrán que abreviar y no lanzar a los pobres fieles sus rollos inaguantables. Conste que a mí 8 minutos me parecen una eternidad. Yo lo dejaría todo en 5 y que aprendan a tener capacidad de síntesis. Además, el idioma eclesial es cansino, como de las entrañas del Perú, y curas hay a los que no se les entiende absolutamente nada. En el Puerto, había un agustino llamado Antidio Viñas, al que habían enjaulado en China y le habían cortado media lengua. Se bañaba poco y no se le entendía nada, pero era muy buena persona, un hombre al que hoy me habría gustado entrevistar. Imaginen ustedes un sermón del padre Antidio, dictado con muy buena voluntad, pero ininteligible. El famoso padre Sierra, franciscano menor, lanzaba unas diatribas terribles y apocalípticas y no terminaba nunca. Una vez le tiraron un tomate, que por fortuna sólo causó pequeños daños en su sotana. El agresor no aguantaba más el rollo del fraile, que, una vez que cogía carrerilla, no paraba. Pues ahora todo esto lo ha suprimido el papa Francisco, que con sus ocho minutos de límite ha puesto una pica en Flandes. Hasta el obispo Bernardo, que ahora se jubila, lanza terribles rollos desde el púlpito, que ahora tendrá que abreviar. Loado sea Dios.
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