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País de directores espirituales

Antañazo, cuando se morían las marquesas y otras señoras de postín, en las esquelas, antes incluso que el marqués viudo, se hacía constar el nombre del director espiritual, ya fuera un redentorista, un agustino, un franciscano menor o un cura del clero secular. No fallaba. Pues a las monjas del convento de Belorado, de profesión principal reposteras, las han dejado sin el obispo chimbo asesor, consagrado en el Palmar de Troya, llamado Pablo de Rojas, y sin el cura coctelero citado en las crónicas como José Ceacero, o algo así, quien, como su propio nombre indica, es un artista con los cócteles de dry Martini. Dos ejemplares con sotana, que se paseaban por el convento como si fueran los reyes del mambo, mientras las monjas, ignorantes las pobres, fabricaban bombones y torrijas para su subsistencia. En esta organización terrenal de la Iglesia de Cristo, surgen personajes pintorescos generados por la propia obsolescencia de la Iglesia Católica, que o se moderniza o desaparece. Ahora lo que falta, eliminado el clero clementino del Palmar, es que las monjas entren en razón o salgan del convento con las patas en el culo, desalojadas por la autoridad. Se han metido en un buen lío y han ido por las malas contra la organización, evidentemente mal asesoradas por los clérigos, el coctelero y el otro, que ahora tendrán que buscarse la vida. A mí la cosa me produce la misma sensación -o sea, ninguna- que la carta que recibí ayer de Hacienda denegándome el aplazamiento de la renta. Tiburones hay en todas partes, en el mar, en la tierra y en el convento de las clarisas de Belorado. No somos nadie en un país en el que unos viven a mi costa de puta madre y otros sólo vivimos para pagar a los que viven de puta madre.

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