Mañana termina el periodo de sesiones en el Congreso, momento oportuno para reflexionar y ver que, por convicción o arrastrado por las circunstancias, Pedro Sánchez está en una posición y tiene un discurso político que rechazan muchos de los tradicionales votantes del PSOE. El dato del 30% de apoyo en las elecciones al Parlamento Europeo con el que sacan pecho en Ferraz es un espejismo doblemente engañoso porque parte de esos votos son “prestados” de los partidos situados a su izquierda, que volverán a su espacio natural, y porque quienes -a pesar de Sánchez- querían asegurar la presencia de la socialdemocracia en la cámara de Estrasburgo solo podían elegir la papeleta del PSOE.
El Partido Popular, que aspira obtener a bastonazos asientos en órganos como el Banco de España o la CNMV, ha encontrado en el acoso y derribo a Sánchez una razón para vivir y tapar sus miserias y contradicciones, pero… el líder socialista no necesita de la ayuda del PP para hacerse el haraquiri. Él mismo es su mejor aliado y también su peor enemigo. Es tenaz y resistente, pero le pierde el exceso de confianza en sus propias fuerzas y una cierta inclinación al cesarismo. Ha acreditado talento táctico y ganado batallas, pero ha llevado al PSOE a perder la centralidad en la vida política española que ha desempeñado desde la instauración de la democracia.
En las postrimerías del franquismo, el presidente del Diario Madrid escribió un artículo, con el mismo título que este, en el que, con el trampantojo del general De Gaulle, decía que aferrarse al poder le había hecho perder popularidad entre su gente. Las autoridades de la época -el que se pica, ajos come- entendieron que señalaba al Pardo, montaron en cólera y sancionaron al diario. Ahora, las opiniones son libres y se pueden confrontar. No faltará quien diga que estoy equivocado y que Sánchez puede ganar otra vez. Y no digo yo que no… si por ganar se entiende que PP y VOX tengan menos escaños que la suma de todos los demás, es decir, menos que la “coalición progresista” (incluidas las derechas de toda la vida de Cataluña y el País Vasco) y, así, de victoria en victoria hasta el desastre final.
Presionados por sus socios, los socialistas se ven obligados a practicar el tancredismo, cuando no a ser cómplices de las arremetidas de la “mayoría plurinacional”, como la denomina la portavoz de Bildu, contra la Monarquía, el consenso constitucional y el “régimen del 78”, como les gusta decir despectivamente, y a tragar un sapo tras otro en el juego inacabable de ceder a las exigencias de los independentistas. Si la política hace extraños compañeros de cama, como decía Fraga, y, según el refranero, el roce hace el cariño y los que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición, no es de extrañar que la familiaridad con la variopinta coalición Frankenstein XXL haya empujado a Sánchez a desempeñar roles alejados de la posición que la gente del común identifica con el PSOE desde la Transición.
Por exigencias de ese guion, Sánchez ha exagerado la confrontación con la derecha y negado legitimidad a sus adversarios. Se ha escorado al espacio político de Podemos y ha ido demasiado lejos en la oferta de una incomprensible financiación singular para Cataluña y una ley de Amnistía, tal vez innecesaria porque el aguerrido Puigdemont (president que fuig serveix per a una altra vegada) probablemente habría tenido la misma reacción con medidas de gracia como el indulto, sin tener que violentar la nervatura jurídica del Estado. En su ilusoria seguridad, Sánchez pensó que podía controlar al Frankenstein, pero, ¡quia!, son ellos, los que aspiran a vaciar el Estado, quienes custodian la manija y el tiempo.
El PSOE necesita recuperar sus señas de identidad y un programa autónomo que, desde posiciones socialdemócratas, vuelva a sintonizar con amplias capas de la sociedad. Sánchez debe dar un paso al lado y organizar su relevo siguiendo las pautas de los estatutos del partido. Convocar para este otoño el congreso ordinario y elecciones anticipadas para junio o septiembre de 2025. Además de la renovación de la ejecutiva, el congreso debe poner al día el programa del partido, con una propuesta clara de organización territorial de España. Aunque nadie está en el secreto de lo que piensa, por el interés de España y del PSOE, Sánchez debería adelantar elecciones a 2025 y retirarse a tiempo.