por qué no me callo

Una burbuja en un océano

Cuando hace medio siglo, un pesquero japonés rescató con vida a dos canarios del carguero noruego Berge Istra, hundido en el Pacífico, la noticia obtuvo un enorme impacto social. Era la reacción más lógica, los naufragios con supervivientes, ese tema goloso del cine y la literatura, lo tienen todo como argumento, pero además desprenden un halo que estremece: rezuman miedo, heroísmo, el vértigo que da la muerte y un desesperado amor a la vida.

No podemos reprocharnos nada, porque el hielo es frío y lo que arde quema, pero algo inexplicable justifica que la continua exposición al dolor nos endurece hasta parecer insensibles. El naufragio de un cayuco con 64 supervivientes y una treintena de muertos, que concluyó en la madrugada de este sábado en el puerto de Santa Cruz, con los que salvaron la vida y cuatro cadáveres a bordo del Insignia, un crucero de lujo, pertenece a este género de historias de la migración que se inauguró en el verano del 94, hace ahora treinta años.

Aquella patera con dos jóvenes saharauis se guió por el famoso Faro de la Entallada, que veían pestañear desde que salieron de la costa del desierto. Era el debut de esta ruta y su llegada, sanos y salvos, al pueblo pesquero de Las Salinas del Carmen (Fuerteventura) fue noticia en el Sáhara y en Canarias. Durante mucho tiempo, esa iba a ser la puerta migratoria africana a Europa y la isla majorera parecía su destino exclusivo, el camino más fácil y cercano de orilla a orilla: 97 kilómetros. El resto del Archipiélago estaba al corriente, pero no conocía el fenómeno de primera mano. En 30 años, no ha habido isla que haya quedado al margen de la que ya está considerada como la ruta más peligrosa del mundo, incluidas La Graciosa y, últimamente, sobre todo, El Hierro, que es el caravasar de los cayucos, las embarcaciones mayores que proceden de más lejos.

El feliz desenlace para 64 personas y el trágico final de otras 30 (se quedaron sin motor 21 días a la deriva) hubieran constituido hace tres decenios una noticia descomunal. Hoy se agolpan miles de historias de naufragios sobre las espaldas de las Islas, bajo la indiferencia del resto de la España autonómica respecto a los menores no acompañados que viven acantonados en Canarias. Europa se desentiende, a su vez, y agradece que la diáspora africana se confine a miles de kilómetros, en su frontera más remota.

Si en la ronda de Madrid, esta semana, el presidente Clavijo (CC) y el ministro Torres (PSOE) vencen las reticencias del PP al traslado de menores a las comunidades, podremos evitar un drama humanitario a la vuelta de la esquina. Pues a los 5.600 menas que tutela Canarias en solitario se le sumarán muy pronto otros miles del repunte migratorio que se prevé hasta fin de año.

La conciencia es la clave de este desafío. Los pasajeros que viajaban en el Insignia, un crucero de placer que recorría la costa occidental de África, mano a mano con el tercer mundo, cobraron conciencia en el rescate de los náufragos que se encontraron en el camino. Y salieron de su “burbuja de felicidad”, como contó el periodista Álvaro Morales en DIARIO DE AVISOS. Ahora es el turno de los parlamentarios españoles y los recién elegidos eurodiputados europeos. Que tomen nota, que tomen conciencia.

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