tribuna

Una mañana de junio

El mundo ha cambiado. Claro que sí. Ahora cojo el carro en el parking, subo en el travelator y me acerco hasta el lineal para coger una botella de leche. Tengo donde escoger: entera, semi, y desnatada; con calcio o con vitaminas, o con la garantía de las granjas ecológicas, donde las vacas no se tiran pedos y respetan el medioambiente. Claro que todo ha cambiado. Ahora podemos elegir entre lo políticamente correcto o ser unos repugnantes negacionistas si ponemos en duda lo que se nos dice. Lo que no se puede negar es que haya libertad. La libertad es el gran valor de la sociedad en la que vivimos, aunque, para que sea aceptable, hay que interpretarla a uno o al otro lado del muro donde nos sitúan. Las parejas, si se quieren llevar bien, deben procurar esta coincidencia por encima de todo. Esto ya era así cuando Serrat empezaba a cantar. La mujer que yo quiero no necesita bañarse cada tarde en agua bendita. Tiene muchos defectos, dice mi madre, y demasiados huesos, dice mi padre. Siempre dos juicios contradictorios gobernando nuestra elección en la vida. Ayer me dijo un airado comunicante que yo ya tenía un pie en la tumba, y eso quiere decir que no estoy para elegir ni para que me elijan. Mi amigo Arturo Maccanti era más sutil y decía que estábamos para quitar, como cualquiera de los productos del hiper que están en oferta cuando se aproximan a la fecha de caducidad. Hace años, trabajé en la implantación de grandes centros comerciales; asistí a la lucha entre el pequeño comercio y las grandes distribuidoras. Ese debate se olvidó desde que Europa dijo basta ya, hace 14 años, y promulgó la directiva Bolkestein, de liberalización de servicios. Las cosas empezaron a ser normales y, ahora, no se le ocurre imaginar a nadie un mundo sin hipermercados ni un mall enorme donde ir a hacer las compras. Sin embargo, todos sabemos que eso no es para toda la vida, que llegará un día en que quede obsoleto y la compra nos la traerán con drones a nuestras casas, donde un robot nos estará esperando para hacernos la cama. También habrá una mujer de silicona para administrarnos la viagra en dosis sensatas. Ellas también dispondrán de sus gigolós de plastilina y así no tendrán que soportar las incompatibilidades de nuestro carácter agrio. Quizá vengan programados para tener una pelea de vez en cuando y así ser más reales. Dicen que el mundo no cambia, pero sí lo hace sin que nos demos cuenta. Todo esto que describo está a la vuelta de la esquina y, mientras tanto, andamos añorando el tiempo de antes, cuando la íbamos a buscar a su casa, con permiso de los padres, para cogerle la mano en el cine. Esta mañana fuimos al super. No era mucha la compra. Ir por ir, como todo lo que hacemos en la vida: discutir por discutir, llevarnos la contraria por llevarnos la contraria. Como dice Toto, jugar por ver. Ya no me acuerdo del individuo anónimo del facebook que me dijo que ya tenía un pie en la tumba. Y lo que te rondaré morena. Después, he cantado por lo bajini lo de Serrat: la mujer que yo quiero no necesita bañarse cada tarde en agua bendita, y he entrado en casa dando un silbidito sin que nadie me responda.

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