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El amigo invisible

Desde las Cortes de Cádiz, la historia española es la historia de una permanente crisis social y política, con las notables excepciones de la Restauración y de la Transición a la democracia, que ahora se pone en cuestión tan irresponsablemente. “El régimen del 78” la denominan algunos. El problema es que la dinámica política y social española nos ha llevado a una situación sin precedentes en los Estados de nuestra tradición cultural: los perdedores de la última guerra civil han terminado por ganarla y los vencedores la han perdido. Es como si la Corona hubiese derrotado al Parlamento en la guerra civil inglesa o los Estados del sur hubieran vencido en la guerra de Secesión norteamericana. Una realidad alternativa sin precedentes y potencialmente peligrosa en muchos sentidos.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo se ha producido esta inversión social y política tan peligrosa y este fracaso de la Transición? Hay varios responsables, pero la circunstancia determinante ha sido la incapacidad de la derecha democrática española del Partido Popular y de sus mediocres dirigentes, de articular una alternativa ganadora a la demagogia y la irresponsabilidad de los que ahora nos gobiernan. Y la puntilla final ha sido la incapacidad de separarse de -y de enfrentarse a- Vox, una rémora mortal responsable de la derrota electoral de julio que, de no ser neutralizada, le asegurará a Pedro Sánchez muchos años en La Moncloa. Después de tanto tiempo en la presidencia del partido, Núñez Feijóo todavía no ha descubierto que España no es Galicia y que de seguir con su actual estrategia perdedora va a ser derrotado de nuevo en las elecciones generales que Pedro Sánchez convocará cuando le convenga.
El presidente de los populares es un mal político absolutamente perdido en la compleja situación política española actual, pero, por suerte, cuenta con un buen amigo que, desde la sombra, vela por sus intereses. Ese amigo invisible es Santiago Abascal, presidente de Vox, que le acaba de hacer el inesperado regalo de romper sus pactos en las Comunidades Autónomas que gobernaban conjuntamente. El proceso de ruptura debe ser llevado a sus últimas consecuencias, incluyendo la legislación que Vox impuso, y el peligro está en que Feijóo, desde su habitual torpeza, no asuma esas últimas consecuencias, las únicas que le pueden dar una victoria electoral.
La desaparición de la UCD y el fracaso del CDS obligó a la Alianza Popular, de Fraga Iribarne, a un viaje al centro que no ha concluido todavía, y a una refundación como Partido Popular que parece tiene que ser repetida. El nuevo viaje al centro es urgente, y el peligro es que se convierta en un viaje hacia ninguna parte por culpa de su presidente. La ruptura con Vox tiene que ser completa, aunque cueste algún Gobierno autonómico o municipal, porque solo así los populares recobrarán a todos los electores que dejaron de votarles temerosos de un Gobierno de coalición con Vox. Además, recobrarán su posibilidad de pacto con las derechas catalana y vasca, única opción de combatir la dictadura social comunista de Pedro Sánchez. El amigo invisible les ha regalado la vida política disfrazado de enemigo visible. Y no pueden desaprovechar la ocasión y perder otro tren a La Moncloa.

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