por qué no me callo

Francia, ‘Estado’ de shock

Ya se venía diciendo que, en un año récord en elecciones como 2024, podría pasar cualquier cosa. Francia encarna fielmente el estado de shock en que se sumen veteranas democracias ante el empuje de la ultraderecha. Esta semana de la segunda vuelta de las legislativas galas no es un asunto meramente francés, sino el test del hormigón de la democracia y la seguridad en Europa. No hay ninguna garantía de que una victoria el domingo de Le Pen, ferviente partidaria de Putin, aporte estabilidad, orden y paz a la Unión Europea. Sino todo lo contrario.

La amenaza de Trump de dejar que Rusia ataque a aquellos países europeos que le apetezca y que no cumplan con el 2% de su PIB en la cuota de la OTAN (España está en ese caso), ganaría enteros si el 5 de noviembre el republicano vuelve a la Casa Blanca. Con Biden no lo tendría difícil.

Marine Le Pen simpatiza con el presidente de Rusia (y Trump también), es refractaria a apoyar a Ucrania (y Trump también), se declara euroescéptica (como ultranacionalista de ultraderecha descree de la razón de ser de la UE, fundada tras la derrota de Hitler en la Segunda Guerra Mundial) y no se sabe muy bien qué noción tiene del mundo (y la de Trump tampoco). En su día, Jean-Marie Le Pen era xenófobo, antisemita y afín a los ídolos protervos de la Gran Guerra. Es cierto que la hija terminó expulsando al padre del partido, pero no está tan claro que haya expulsado a los demonios nazis del mismo.

Para que Jordan Bardella, su hijo político, llegue al Hôtel de Matignon, la residencia oficial del primer ministro, a sus 28 años (menos que Gabriel Attal, el protegido de Macron, que lo logró en enero con 34), Le Pen necesita superar la prueba de la probable unidad contra reloj de izquierda, centro y hasta derecha moderada.

Sería la solución “democrática y republicana” que pide Macron (46 años), el liberal que ha regido los destinos del país tras la Gran Recesión, en una dura etapa de pandemia y guerra. Aquel joven ministro de Economía con Hollande, que cogió vuelo propio y ha sido un garante fiable del proyecto europeísta, es consciente de que agota su tiempo político (dentro de tres años cumple un decenio en el Elíseo y deberá retirarse), pero persigue, como hizo Sánchez el 23J, no dejar vía libre a la ultraderecha en el Gobierno. Cerrar el paso a Le Pen (55).

La falta de mayoría absoluta del Reagrupamiento Nacional lepenista (antes, Frente Nacional) hace concebir esperanzas a una alianza contra la ultraderecha. Pero Francia está abocada a una dramática cohabitación de Macron y Bardella o a una insufrible gobernabilidad sin mayorías, que, en un caso un otro, obligue a nuevas elecciones legislativas en un año, plazo mínimo para convocarlas.

El mundo está al revés. Las más sólidas democracias se tambalean. Francia, fortín europeo de paz y libertad, se enfrenta a una involución política de 180 grados, a un domingo de implosión. Y en EE.UU., los demócratas exploran la catarsis sin precedentes de cambiar de caballo en mitad del río para sustituir a Biden, vencido por la edad antes de que lo haga Trump en las urnas.

En esta tesitura, la continuidad en Bruselas de la alianza de conservadores, socialistas y liberales, con Ursula von der Leyen, António Costa y Kaja Kallas, es como la foto del mundo al derecho, que, sin embargo, tanto nos asombra.

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