Por Carlos Acosta. Ocurrió el 11 de junio de 1884 y supuso una enorme conmoción, no solo en el convento concepcionista, sino en todos los comentarios que se escuchaban en el pueblo y en las localidades más cercanas. Supuso una gran tristeza y consternación la fuga de una religiosa, sor Marcelina de San Buenaventura Rojas y González, de donde estaba cumpliendo normalmente con la entrega y las reglas por las que se regía el claustro. Sor Marcelina una mujer buena, sencilla, que leía mucho, que cantaba en el coro con verdadero acierto, aunque parecía tener la mente un tanto “exaltada y fantástica”, dejó a todos en el pueblo dolidos por una gran desilusión. Cuando salió del convento fue vista por algunos vecinos, quienes quedaron impresionados. Y no se conformó la religiosa con caminar en Garachico, sino que se fue alejando y caminó hasta llegar a Los Realejos. Pasados unos días notó la monja en su interior un indisimulado deseo de regresar al convento “para estar más cerca de Dios”, como dijo y repitió luego. Decidió volver y pedir perdón, no solo a Dios, sino a todas y cada una de sus compañeras de claustro,”por no tener la fortaleza de luchar contra el demonio”. Pero la solución definitiva de la incidencia no fue sencilla porque había necesidad de solicitar el perdón a Roma, según se establecía en las normas por las que se regía la congregación. Tardó el perdón en llegar, pero se hizo presente cuando ya no se esperaba. Sor Buenaventura se recluyó de nuevo en el claustro con sus compañeras, quienes le manifestaron siempre su apoyo y la comprensión de cuanto había ocurrido a la monja “exaltada y fantasiosa.”
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