tribuna

Monta y cabe

Cuando Montesquieu habló de la independencia de los tres poderes no estaba pensando en que los jueces carecieran de ideología, como no pueden prescindir de su sentido ético, de sus convicciones personales ni de sus creencias religiosas. Los jueces no son entes abstractos que no están sujetos a las mismas facultades de los demás hombres. Luego está la naturaleza de las leyes, donde impera la lógica y el sentido común. Se supone que en la formación de las ideologías están presentes estos procesos, así como la intención de procurar el bien común y sujetarse a principios morales que hagan su acción aceptable. Pero la lucha política, sobre todo cuando no se acepta de buena gana la alternancia que se exige a los sistemas democráticos, hace que los intereses para conservar el poder se confundan con los auténticos intereses para implantar un modelo social. En este caso todo se aprovecha y la justicia se transforma en uno más de los procedimientos para conservar el poder. Los jueces pueden ser progresistas o conservadores, quién lo duda, pero lo que no puede ocurrir es que su obediencia política esté por encima de su neutralidad a la hora de aplicar las leyes. Estamos asistiendo hace tiempo a un debate de estos aspectos delicados sobre la interpretación de las bases que operan en una democracia. Discutimos sobre la afiliación de la magistratura a sus diversas asociaciones, exponemos sus currículos porque no disponemos de otros medios para evaluar su comportamiento moral, y sospechamos que van a traicionar sus compromisos deontológicos por estar arrumbados a una o a otra ideología. Mi amigo Eloy Ruiloba, que era catedrático de Derecho Internacional, me decía que el Derecho era una ciencia exacta, como las Matemáticas. Él sabía de esto porque empezó estudiando una ingeniería. Juan Miquel decía lo mismo, y era un experto en Lógica Matemática y Teoría de Conjuntos, a la vez que catedrático de Derecho Romano. Si esto es así, las cuestiones jurídicas, aparte de los matices de interpretación, están sometidas al rigor de la exactitud, aquel que un empresario intuitivo definía como la sencilla regla de tres de que dos y dos son cuatro. Cuando la política procura influir en los jueces que sean de su cuerda para que las sentencias sean dictadas a su conveniencia, la culpa es de los jueces por hacerles caso, pero sobre todo de ellos porque sitúan esta intervención espuria en la clave de sus actuaciones. Se han dicho muchas inconveniencias en este sentido: desde ese tribunal lo tenemos controlado al de el fiscal lo nombro yo, y nadie se corta un pelo, y no disimula su intento de transgredir el espíritu de la independencia de los tres poderes. Quizá Montesquieu esté anticuado y habría que sustituirlo por una inteligencia artificial. Después de años de bloqueo, que significa no fiarse unos de los otros, por fin se ha llegado al arreglo de continuar con lo mismo, igual que cuando los niños elegían a los jugadores para un partido de fútbol, casi siempre a sus amigos, y de entre ellos a los mejores. Tantos para ti y tantos para mí. Uno, dos, tres, monta y cabe.

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