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Una historia de amor

Casi nadie conoce la historia de la Virgen del Carmen portuense, cuya festividad y cuya embarcación se celebran hoy en el Puerto de la Cruz. El escultor que creó la imagen, Ángel Acosta, tenía una prima guapísima, de la que él estaba enamorado en silencio. Esta chica se casó muy joven, era bellísima, se llamaba Carmita, precisamente, y destacaba por su belleza. La historia me la cuenta Mara, su propia hija. Pero murió a los 30 años, víctima de un cáncer, que se la llevó en poco tiempo. El escultor creyó que el mejor homenaje que podía hacerle a la mujer que amó en silencio era ponerle sus facciones a la imagen de la Virgen del Carmen, que le habían encargado. Y la Virgen del Carmen portuense, que es una belleza, tiene el rostro de aquella chica portuense, simpática y alegre, que enamoró al escultor y al Puerto de la Cruz entero. Carmita tuvo tres hijos, dos chicas y un chico. Una de sus hijas ha muerto, precisamente del mismo mal que su madre. Toda la magia de esta imagen, todo el cariño que desprende, toda la belleza de la reina de los mares, se inicia con esta historia de amor; de amor callado de un hombre hacia su prima, que nunca le pudo revelar -ella estaba casada- y que pudo recordarlo para siempre poniendo su rostro a la imagen más querida para los portuenses: su Virgen del Carmen. Es una historia de amor, pero una historia de amor distinta, que yo les revelo ahora. Ayer hablé con la hija y me dice que el relato puede ser verdad o formar parte de la leyenda familiar. Todo apunta a que es cierto y a que la Virgen del Carmen posee un rostro terrenal, un rostro que llamaba la atención, y con toda la carga de emotividad concentrada en un amor nunca declarado.

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