Pasado mañana, cumpliré 77 años y serán ocho los que he vivido de más porque un día un mago me pronosticó que moriría a los 69. Lo que pasa es que estábamos en la barra del Mencey y yo creo que el zahorí estaba algo cargado, porque no se puede fallar un pronóstico por tantos años de diferencia. Hay diversas teorías sobre la edad. El profesor Alarcó dice que un tío de la edad mía no es un viejo, ni un anciano, sino que el cerebro está a pleno rendimiento, por lo que él aboga por estirar, al menos hasta los 75 años, la edad de jubilación. Pero, claro, yo me subo a un avión y me veo a mí mismo con uniforme y gorra de piloto y me bajo como un tiro. No se puede engañar al común y yo he llegado a la edad del viejo carrucho, aunque todavía ni me babo, ni me meo fuera del tiesto, ni hago más tonterías que las que he hecho siempre, que en honor a la verdad han sido bastantes. Lo que sí he perdido es el culoinquietismo y, ahora, me gusta más la vida apacible y tranquila, el aire acondicionado y los coches cómodos, no gasto tanto dinero –antes lo derrochaba—, ni viajo a ninguna parte, lo que me produce mucha más quietud, los inconvenientes del sedentarismo y cercanía con la almohada. Ah, y donde mejor estoy es en mi casa, aunque mis incondicionales me han cogido el truco y algunos locos me tocan el timbre para echar una parrafada, sin que yo los haya llamado, ni ganas que tengo de trabar conversación con nadie. Pasado mañana tendré, si llego, 77 años, que, diga lo que diga el profesor Alarcó, es una edad provecta e insoportable, pero que uno intentará llevar con cierta dignidad.
NOTICIAS RELACIONADAS