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Cuando me compré el Hummer

Estaba paseando por Miami con una amiga y un amigo, en los tiempos en que atábamos los perros con longaniza. Y vi circular un Hummer amarillo, el famoso todoterreno que nació en el Ejército americano. Me enamoré de él, fui a un concesionario, lo probé, llamé a CajaCanarias para que transfirieran dos millones de pesetas (en dólares) que yo ni siquiera tenía en la cuenta y compré el coche. Todo lo hice en una mañana. Metieron el jeep en un contenedor, lo depositaron en el puerto de Miami y sobrevivió a un ciclón, no sé si fue al Andrews o al Katrina. Volaron todos los contenedores de la zona, menos el de mi Hummer, que, vía Amberes, llegó a Tenerife. Tuve que homologarlo, a través de un ingeniero industrial especializado (ahora creo que esto lo hace la ITV, es mucho más fácil) y el papeleo llenó una carpeta entera hasta que Tráfico me concedió primero la matrícula verde y luego la normal. El coche traía la matrícula original con la que mi amigo Al Vasquez –se escribe así— me lo había sacado del concesionario: Chaves2. La conservo, naturalmente. Fue Jesús González de Chaves quien completó aquí todos los trámites de Tráfico y Hacienda, pero puedo presumir de que yo fui el dueño del primer Hummer matriculado en España. Era la versión más pequeña, no el motroco enorme que no cabía por ninguna parte. Todavía creo que conservo esa documentación necesaria para traer un coche no homologado a España. Este país siempre pone pegas para todo. Pregunten, si no, a excelentes médicos formados en países de fuera de la Unión Europea que tardan cinco y seis años, o más, en convalidar sus títulos en España, cuando están mejor formados que los médicos españoles, en muchas ocasiones. Este es un territorio de retrasados mentales y de burócratas estúpidos y de legislación irredenta.

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