en la frontera

Degradación de las libertades

De un tiempo a esta parte, aunque parezca paradójico, se constatan no pocas dificultades, unas sutiles y otras groseras, para el ejercicio de las libertades. Algunos empiezan a hablar de recesión democrática, otros prefieren señalar que es menester que todos circulemos por la senda del pensamiento único.

En principio, nadie se opone, por ejemplo, a la libertad de expresión. Ahora bien, si alguien se atreve a desafiar el pensamiento dominante a partir de argumentaciones genéricas que no tendrían por qué ofender a nadie, se ingresa al mundo del riesgo, de la persecución o de la exclusión. Sin embargo, si se aplaude lo políticamente correcto o eficaz, ningún problema: todo es positivo y hasta se puede experimentar pingües beneficios ante tal proceder. Es decir, el pensamiento crítico cuesta caro y la adulación tiene premio.

Algunos autores, sobre todo del mundo anglosajón, están advirtiendo del peligro de recesión democrática en el que estamos inmersos. En realidad, lo que debiera provocar alguna reacción es el férreo control del espacio público que existe en la actualidad. Salvo honrosas excepciones que resisten los embates de la dictadura de lo políticamente correcto, lo que caracteriza hoy la cultura dominante es una sobresaliente ausencia de crítica constructiva. En todo caso, bajo esa apariencia de pluralismo a la que es tan adicta la nueva tecnoestructura, se ridiculiza, con ocasión y sin ella, el pensamiento crítico a base de una orquestada operación de exclusión y expulsión de los espacios públicos a todos aquellos que osen desafiar el pensamiento único.

La dictadura de lo políticamente correcto, de lo políticamente eficaz, de lo políticamente conveniente, es de tal magnitud que desafiarla suele conllevar consecuencias negativas para el valiente que se atreva a ello. Esta opresión sobre los que no tienen la suerte de estar en el lado correcto de la historia opera incluso en un ambiente de pretendida tolerancia. Se proclama que todo se puede defender y plantear, pero una vez que se formula la reflexión, si no es del gusto de la tecnoestructura reinante, se califica sin más de fundamentalista. Una etiqueta que se usa para liquidar intelectualmente a quien se resiste a aceptar los dogmas de esta dictadura de aparente tolerancia que frena el estímulo del pensamiento diferente declarándolo intolerante.

Esta dictadura, como todas, es francamente inaceptable y reclama una sana actitud de rebeldía y oposición. Precisamos espacios públicos abiertos y plurales donde quepan todas las formas de expresión respetuosas con la dignidad del ser humano y sus derechos fundamentales. Necesitamos que cesen las campañas y operativos que liquidan el pensamiento crítico. La manipulación y control social que las terminales de los diferentes poderes exhiben debe sustituirse por un nuevo ambiente de promoción y defensa del pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario.

El problema reside en que un espacio público abierto y plural no se regala. Hay que conquistarlo, hay que ganarlo todos los días. Y esa tarea es compleja y difícil. Para ello, es necesario temple cívico, compromiso con los valores democráticos y, sobre todo, coraje y resistencia ante la opresión y la injusticia. Algo que cotiza a la baja en el actual mercado. Y que, además, entraña riesgos que una gran mayoría no está dispuesta a correr de ninguna forma. Así nos va.

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