Hay un estigma político que pone a la democracia en alarma. Es el papel de la oposición. Lo que se constata es el poder de las urnas. Los resultados electorales confirman las mayorías y determinan el sentido de los pactos. De lo que se deduce que un partido, llamemos PSOE, puede operar en función. O lo que es lo mismo, la oposición (llamemos PP) gana o pierde según el caso. ¿Cuál es la disposición? Que, en atendiendo a lo dicho, el partido X gobierna o no. No ocurre. El PP y la ultraderecha no aceptan. Su condición es el poder y, si los ciudadanos se pronuncian en contra, se han equivocado. Luego, acoso y derribo. O contra el presidente del gobierno, que ni sabe ni está o pacta solo para quedarse, no importa en qué situación comprometa al país, o contra su esposa, etc. Porque quienes dominan y aseguran los acuerdos son ellos. Las posibilidades oficiales de este o aquel grupo serán restringidas conforme a sus supremos y menesterosos laudos. Y eso no proclama a la democracia, digo; eso la coloca en situación deplorable. Y ello en atención a partidos que, supuestamente, se afirman en actitud. Ahí el estigma. Lo padecimos de manera inmisericorde en EEUU. Que, por mor de las asumidas elecciones, un candidato, Trump, fue presidente de los estados. Atusó su caterva derechista hasta el extremo y los habitantes decidieron. No tanto por Biden, sino por lo que el susodicho significa. De modo que reaccionó, al punto de un golpe de estado en la democracia más consolidada del mundo. Y ahora, de nuevo, lo pregona: volverá de nuevo al poder por los votos y, en ese punto, decidirá: presidente eterno, no habrá más elecciones. De manera que, por lo dicho, la cosa en España funciona cual ha de funcionar. En Cataluña, el PSOE abre una brecha certera con el independentismo y lo que se atisba es que un pacto de izquierdas puede llevar a Illa a gobernar. Las bases de ERC avalaron ese pacto y por él se ha de actuar. Porque ¿qué sostiene, insisto, a la democracia al amparo de semejantes fundamentos? Lo que la confirma. Pero no ocurre. El ínclito Puigdemont, que frente a los otros políticos de allí se fugó para no caer en la cárcel como ellos y acunar para sí la distinción de president perpetuo, ahora culpa a los opositores de su posible detención si regresa a su tierra de referencia. Con otro factor pegado a su espalda: él (por sufragios) no podrá repetir como president; tampoco otros. Condiciona la actitud progresista de ERC en sus fundamentos y está dispuesto, con sus alfanjes, a dinamitar la investidura de Salvador Illa. Una clara defensa de la cuidada democracia, como proclaman los mentados del PP y de Vox. Que la confusión los condene y el resto de los mortales no nos dejemos asfixiar por sus protervas insolencias.