en la frontera

La dictadura del relativismo

Una de las expresiones que más molestan al pensamiento único es la de dictadura del relativismo, una fórmula certera que define muy bien la salud intelectual de este tiempo. La democracia es el mejor de los sistemas de gobierno inventados hasta ahora. Se trata, como señalara acertadamente Friedrich, sobre todo de un sistema de vida en el que existen una serie de valores que prevalecen a las mayorías. Tocqueville lo describió magistralmente al analizar la democracia en América cuando sentenció que las mayorías tenían un límite: la justicia. Los límites son bastantes claros: la dignidad del ser humano y sus derechos fundamentales, hoy fuertemente pisoteados, sobre todo los de los débiles y de los carentes de defensa, por la sencilla razón de que el relativismo imperante ha traído consigo el dominio de los fuertes, de los que tienen el poder y el dinero.

Si la mayoría no tuviera límites, se podría justificar, sin más problemas, algunas de las más execrables y abyectas prácticas del nacional-socialismo de Alemania o, incluso, por qué no, la esclavitud. Hoy, guste más, guste menos o no guste nada, los sistemas ideológicos que, como siempre, tratan de dominar y controlar la vida social vuelven a la carga con la cantinela del dominio de los procedimientos, de la absolutización de las formas, desposeyendo de todo valor a los contenidos de los mismos valores.

El relativismo, del que existen muchas modalidades y variaciones, sea contextual, reconstructivo o teológico, plantea, desde la perspectiva cultural, que todo vale igual, que no hay diferencias. Es más, llega a postularse una especie de multiculturalismo axiológico en cuya virtud se asume como postulado que todo es igual, tal o cual práctica cultural; por venir de una determinada cultura, ya debe respetarse, importando menos si esa práctica lesiona o no, por ejemplo, los derechos humanos. ¿Es que se puede justificar que el hombre pegue a la mujer? ¿Es ética, por ejemplo, la ablación de clítoris en las mujeres? Estas y otras preguntas nos sitúan en el mundo de los límites. Por mucha teoría pura del Derecho kelseniana que se destile, la mayoría tiene límites. Quizás, por eso, Rorty, por ejemplo, admitiendo como categoría que la mayoría es la fuente del Derecho, terminó por admitir, bajo el rango de las intuiciones, que puede haber algunas limitaciones. Se refería, por ejemplo, a la esclavitud. El problema es que, si no sentamos con claridad cuáles son esos límites infranqueables, terminarán al albur de la mayoría y, si la mayoría decide cualquier barbaridad, aborto y eutanasia incluidas, entonces, cómo es la fuente del Derecho, no pasa nada.

Claro que todo, casi todo, es relativo. En la mayoría de las cuestiones de la vida social y política, es posible encontrar diversas soluciones, todas ellas razonables y bien fundadas. Ahora bien, cuando están en juego los derechos fundamentales de la persona o la dignidad del ser humano, los poderes públicos han de ser conscientes de que su función no es sólo respetarlos, sino promoverlos y defenderlos. Cuando el poder actúa sin límites, la arbitrariedad está servida. Justo lo que ocurre en el tiempo presente entre nosotros.

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