Después del rubialazo, el mundo se ha vuelto a escandalizar con el beso en el comienzo (por arriba) de su presidencial cuello que la ministra de Deportes de Francia, extenista y proba funcionaria de alta escuela, Amélie Oudéa-Castéra, le ha estampado al presidente Emmanuel Macron. No sabemos lo que opinarán el esposo de Amélie y la mujer de Macron y su antigua profesora, que viene a ser lo mismo. Antes, los picos eran moneda común entre amigos, parientes, conocidos y otras amistades. Tras el rubialazo, eso de que el beso en España lo lleva la hembra muy dentro del alma se convirtió en anatema. Yo, un suponer, no beso a nadie, me da cierta cosa hasta besar a mi perrita Mini, no sea que se queje de acoso a su veterinario. En este caso, el beso se lo ha dado la ministra al presidente, por lo que la cosa no va a tener tanto recorrido como el pico de Rubiales a Jeni Hermoso, que es una de las peores jugadoras de la Selección Española femenina de fútbol. Pero que el mundo esté pendiente de un pico y del beso de la ministra audaz a Macron, no sé, da como repelús. La ministra tiene cara de niña buena y yo creo que su beso en la mejilla –que no en el cuello- de Macron es consecuencia de la lógica explosión de alegría por la apertura de los juegos, que no por el contenido de la ceremonia de inauguración, mayoritariamente infame. Yo no le daría más importancia al abrazo efusivo de dos personas jóvenes que se quieren y que se dejan llevar por el entusiasmo. ¿Qué, nos van a quitar también el entusiasmo? La francesa cuando besa también besa de verdad. No va a ser sólo cosa de las españolas.