Por Adrián Galván. Hablar sobre desarrollo y democracia en África implica, ineludiblemente, evocar el rol de las mujeres en la vida política. Al igual que en el resto del mundo, las instituciones públicas del continente han permanecido, históricamente, dominadas por los hombres. Los obstáculos para las africanas han sido incluso mayores en una región marcada por normas tradicionales patriarcales y por un pasado colonial que perpetuó su exclusión de la toma de decisiones. Hoy en día, los datos parecen ofrecer un atisbo de optimismo: un 27% de los escaños legislativos está ocupado por mujeres, una cifra que nada tiene que envidiar a los países occidentales. No obstante, pese a estos avances, la desigualdad entre géneros persiste. Las mujeres se encuentran con un techo de cristal que dificulta su acceso a altos cargos, mientras que los partidos de Estado utilizan la inclusión para blanquear y vender falsas democracias.
Más allá de los desafíos que muchas jóvenes enfrentan para ingresar en las instituciones, en países marcados por el despotismo, los obstáculos e incluso peligros al militar desde la oposición resultan incalculables. A pesar de todo, estas dificultades no han detenido la valiente lucha de mujeres como Brigitte Adjamagbo Johnson. Nacida en una familia de médicos en Togo, un pequeño país en el golfo de Guinea, esta activista y primera candidata a una elección presidencial en su país, destaca la valentía de su padre como la fuente de sus convicciones políticas: “Crecí al lado de un padre extremadamente sensible a todo lo que fuera injusticia. Él siempre se sintió libre de decir lo que pensaba y por lo tanto de criticar al régimen”, afirma.
Los principios y valores de Brigitte se forjaron desde temprana edad en un contexto marcado por la represión de una violenta dictadura. Resulta difícil comprender la vida de la apodada dama de hierro sin situar su lucha en el espacio y tiempo. Nacida en 1958, vivió su juventud durante los años más sangrientos del régimen militar de Gnassingbé Eyadéma, padre del actual presidente, Faure Gnassingbé. Eyadéma gobernó Togo hasta su muerte en 2005 con una política despiadada hacia todo aquel que cuestionara su autoridad. Una opresión que, a pesar de una cierta apertura en las últimas décadas, ha seguido imperando en el país bajo la regencia del hijo.
Fruto de su indignación ante los abusos sufridos por la sociedad togolesa, la activista decidió iniciar la carrera de derecho, llegando a ejercer como profesora en la universidad de la capital, Lomé. Su lucha, que progresivamente derivó hacia la militancia política, la llevó a cofundar en la clandestinidad el partido panafricano y socialista CDPA (Convención Democrática de los Pueblos Africanos) a finales de los años ochenta. Un compromiso durante el cual nunca ha dejado de lado los derechos humanos, ocupando altos puestos en organizaciones por la paz, el desarrollo y la defensa de las mujeres en África subsahariana.
Una vida de resiliencia
Siguiendo la tradición familiar promovida por sus hermanos mayores, Brigitte decidió realizar parte de sus estudios en Francia. Tras obtener un grado en derecho, se trasladó a París para continuar su formación universitaria. Allí, lamentablemente, fue víctima de “una época llena de prejuicios hacia los extranjeros”, viendo sus esfuerzos académicos minimizados por el profesorado. Sin embargo, como caracterizó el resto de su vida, su sólida confianza y convicción le permitieron superar estas adversidades, logrando doctorarse en derecho en marzo de 1986.
Después de su experiencia parisina, una única idea rondaba su cabeza: volver a Togo. Frente a la difícil situación que vivía su país e impulsada por su deseo de cambio, se unió a la universidad de Lomé como profesora de derecho. Aunque reconoce que inicialmente esta etapa resultó gratificante, la situación comenzó a torcerse progresivamente debido a sus ideales políticos. “Un día, durante un examen en el que vigilaba la sala, noté que un estudiante ya tenía la prueba. Con mis valores de justicia, me acerqué para sancionarle”, relata Brigitte. Su sorpresa llegó al enterarse de quién se trataba: aquel estudiante era el primo del presidente. “Me pidieron que no siguiera con el proceso, pero les dije que aunque fuera el primo del presidente, no estaba por encima de la ley. Así que proseguí”. Fiel a sus valores de justicia, la dama de hierro pagó un alto precio por su integridad. “Pasé casi 24 horas detenida y me excluyeron durante dos años de la universidad”, nos cuenta.
Las mujeres, un pilar de la democracia togolesa
El comienzo de los años 90 marcó un momento crucial para las aspiraciones democráticas en Togo. La persistente lucha de la oposición, junto con presiones externas, obligaron al dictador a ceder mínimamente a las demandas del pueblo, estableciendo un relativo pluripartidismo. Como explica Brigitte, tras el anhelo compartido de libertad “estaban también las mujeres”. Ante esto, la activista recuerda que, junto a otras compañeras, se hacían una misma pregunta: “ ¿Qué esperan las togolesas de la democracia?”. Deslumbradas por el deseo de libertad y la alternancia política, en medio de una “espiral de reivindicaciones”, se dieron cuenta de que no podían hablar de transición sin antes establecer qué futuro querían para ellas. Así, junto a otras camaradas, crearon el GF2D, un grupo de reflexión para asegurar que “nos escucharan también a nosotras cuando llegara el momento oportuno”.
Desde pequeña, Brigitte había sido consciente de las injusticias que sufrían las mujeres a su alrededor. Al hablar de su infancia, confiesa que lo que más le impactaba era la situación de aquellas que la rodeaban: “Veía claramente que vivían muchas injusticias y violaciones de sus derechos. Y lo peor de todo es que no podían decir nada, les obligaban a ser sumisas”. Marcada por estas experiencias, su combate contra el régimen ha sido en todo momento inseparable de su lucha por la igualdad: “Quiero una democracia. Pero una democracia que tenga en cuenta a las mujeres. Porque no puede haber democracia sin derecho para las mujeres y sin su sagrado derecho de participación a la vida pública”, manifiesta.
“Debía mostrar el camino”
Con el comienzo de la era multipartidista a finales del siglo XX, el pueblo togolés accedió a las urnas, aunque en procesos caracterizados por el boicot constante a la oposición, la corrupción y la manipulación de resultados. Todo esto, con el apoyo del Gobierno francés, que incluso concedió la Legión de Honor a Eyadéma. En este contexto de pseudo-democracia y pese a las adversidades, Brigitte se mantuvo firme en su esfuerzo por un futuro mejor para su país y en su voluntad de hacerse un hueco en la política. Aunque, como bien apunta, “abrirse camino no es un fin en sí mismo, sino un medio para continuar la lucha”. Con “un carácter que no me permite quedarme en silencio”, confiesa, mantuvo su militancia en la sociedad civil y en el partido que, junto a otros, había fundado años atrás.
Su mayor sorpresa llegó en enero de 2010: “A tres meses de las elecciones, el secretario general de la formación me dijo que había pensado en mí para ser la candidata a la presidencia”, nos cuenta. Con cierto temor, su primera reacción fue rechazar la oferta. “Pero recordé mis acciones anteriores y que el caballo de batalla también era que las mujeres participaran en la toma de decisiones. Hablar está muy bien, pero la práctica es aún más importante. Era necesario mostrar el camino a las mujeres, incluso en este contexto político y social difícil”, reconoce con orgullo. Pese a obtener resultados electorales bajos, con apenas un 1% de los votos, Brigitte marcó el camino en una época donde, es consciente que “la mayoría de los togoleses no se veían gobernados por una mujer”.
Años más tarde, aunque el acceso de las mujeres a la vida política se ha ido abriendo, muchas siguen siendo víctimas de normas sociales que las someten a la vida familiar. “Es uno de nuestros desafíos. La sociedad debe entender que las responsabilidades domésticas pueden ser repartidas entre hombres y mujeres”, afirma Brigitte, pidiendo a su vez a sus compatriotas que “se levantan y luchen contra estas barreras”. La búsqueda de igualdad necesita, sin embargo, una democracia sana, algo que sigue siendo, por desgracia, un sueño lejano para el pueblo togolés. Consciente de ello, la dama de hierro ocupa desde mayo uno de los escaños de la oposición, donde espera poder continuar su batalla por “liberar las instituciones”. Ya que, como bien revela con una sonrisa: “Mi sueño es, en los últimos momentos de lucidez, poder decirme que hice todo lo que pude para construir un Togo donde reine la justicia, la igualdad y donde todos podamos construir el futuro que deseamos”.