Yo conocí a Pepe Hidalgo, presidente de Globalia y de Air Europa, cuando Pepe llevaba una tirita de papel en el bolsillo superior de la chaqueta, e iba tachando los aviones de su compañía que iban aterrizando. Antes había conocido a Tomás Cano, con el que hablo por teléfono muchas noches todavía, que vive en Mallorca. Ahora está triste con la enfermedad de su hija, pero todo va a ir bien. Pepe Hidalgo dijo que yo le había dado una lección una vez, porque le devolví el dinero de un regalo que le hizo a cierta persona y que consideré excesivo. No fue una lección, fue, si acaso, un ejercicio de lógica. Pepe Hidalgo, que ahora reside en República Dominicana, es un hombre bueno, que merece que las cosas le vayan bien en la vida, tan bien como le han ido. La negativa, por imperativo europeo, a IAG de comprar su compañía aérea le vendrá bien porque habrá otros grupos que paguen mucho más por Air Europa, que ha sido siempre un modelo de gestión, desde que el factótum de la compañía era María José, la hija mayor de Pepe, a la que hace tropecientos años que no veo, pero que me cae de bien igual que su padre. María José era un crack. A Javier Hidalgo también lo conocí en Mallorca cuando un político lanzaroteño y un alto cargo de la compañía se enzarzaron en tal discusión durante una cena que casi llegan a las manos y tuvimos que apaciguarlos. Tengo ganas de darle un abrazo a Pepe Hidalgo. Incluso hace poco tiempo vino a una boda al Sur y no lo vi, pero si me envió un abrazo con mi compañero y amigo Lucas Fernández. Estaban sentados en la misma mesa. Pepe Hidalgo, que igual que yo va cumpliendo años, merece que la operación de Air Europa le salga de una vez. Mucha suerte, amigo.