El jueves, fecha de la investidura de Salvador Illa, aparecerá Puigdemont por Barcelona, vestido de lagarterana. No es nuevo, ya lo hizo Santiago Carrillo, cuando la UCD, con una peluca que le prestó Ringo Starr. O a lo mejor elige pasear por las Ramblas como si fuera un payés catalán, con la barretina; a ver si me entero para qué sirve la dichosa barretina, que yo me enteré de que existía cuando, de niño, veía al caganer en el portal de Belén, cada Navidad, cagando, claro, con una cosa roja en la cabeza. Una especie de capucha, como la de Caperucita Roja. Puigdemont está empeñado en joderle la cosa a Illa, en hacerle la maldad, porque efectos nocivos para su investidura no va a tener, a no ser que le fastidie la ceremonia, pero yo no lo creo, porque para eso tiene que haber una perfecta sincronización entre Puigdemont, Turull, los agentes del CNI que le están siguiendo, los picoletos que también le siguen y el propio Illa, demasiada gente. Lo importante es la escandalera que se va a montar, entre los propios catalanes, unos que van con Illa por lo del cupo y otros que van con Puigdemont por el abandono, pero esto, qué quieren que les diga, nos alegra el verano a todos y al NO-DO (es decir, a TVE), para sus telediarios. Una bendición. Yo de TVE me quedo con los ojos y la profesionalidad de Marta Carazo, que es una buena periodista, y con los partidos de España en la Olimpiada, así que tengo cosas que agradecerle a la tele pública. Vamos a ver ahora la fiesta de Puigdemont, el jueves, que puede montar un Waterloo de verdad en los aledaños del Parlamento catalán o quizá en la frontera, dependiendo si actúan la Guardia Civil o los Mossos. Que no son los mismos. Los Mossos ganan más.