Un amigo me recuerda que no hay nadie más parecido conmigo que Raúl Salmón, el personaje de Vargas Llosa en “La tía Julia y el escribidor”, que llegó a ser víctima de sus múltiples personajes de novela radiofónica. Los creaba y eran tantos que los confundía y se armaba unos líos tremendos y, lo más grave, se los armaba a los oyentes en las emisoras peruanas. Eliseo Izquierdo, en su libro de periodistas y sus otras identidades, recoge sólo unos pocos de mis seudónimos. No sé cuántos he usado a lo largo de mi vida, pero yo me considero un Raúl Salmón en versión escrita. En la tesis de José Luis Zurita, con el vespertino La Tarde como protagonista –la vieja Vesperta, como lo llamaba Joaquín Reguero-, la autoridad competente requiere a su director, don Víctor Zurita, para que revele los seudónimos de sus redactores. Y allí aparecía yo con algunos de los míos. Hay una anécdota de Reguero, bañándose en el mar, junto al Club Náutico de Bajamar. Parece que el bañador le quedaba holgado y alguien le gritó desde la orilla advirtiéndole de que se le veía todo. Reguero, miró y gritó: “Es imposible, porque no me lo veo yo desde aquí”. Reguero le salvó la vida a Tony Bello, que estaba ya en las últimas, exhausto, cuando el periodista y abogado se lanzó valientemente al mar para rescatar al político chicharrero, en la misma zona. Tony lo niega, pero la historia es vox populi. Yo nunca he comido tan mal como una vez que Joaquín Reguero me invitó a almorzar a su casa de Tegueste. Una muela se me quedó prendada –enamorada- de la chuleta y murió con ella. Reguero era el periodista con más sentido del humor que he conocido. Alfonso García-Ramos decía de él que era el único analfabeto que conocía con dos carreras. Un personaje digno de Raúl Salmón.