Hemos de reconocer que Pedro Sánchez une a sus cualidades de político implacable que todo lo sacrifica a conseguir y conservar el poder una notable buena suerte. Porque tiene que hacer frente a una oposición sin rumbo liderada por un Núñez Feijóo que, en algunas ocasiones, llega a resultar patético y cuya autoridad en el partido es más que débil. Acaba de reunir a sus líderes regionales para hacerles firmar una declaración de compromiso de no reunirse por separado con Sánchez y ha faltado tiempo para que muchos de ellos manifiesten su intención de acudir si son llamados. Mientras tanto, sus colaboradores más directos hacen equilibrios con el lenguaje para justificar tales contradicciones. Lo mismo ha ocurrido con la situación en Venezuela. La presidenta madrileña reclamaba que sacaran de allí a Edmundo González porque corría peligro, lo que era cierto y es precisamente lo que ha hecho nuestro Gobierno. Pero cuando lo hace, la misma presidenta y los dirigentes populares lo critican porque, según ellos, le han despejado la situación a Maduro librándolo del opositor. Un opositor cuyo único horizonte futuro en Caracas era acabar refugiado en una embajada que los chavistas podían asaltar en cualquier momento o bien torturado y ejecutado por la siniestra inteligencia chavista. Porque la dictadura venezolana sigue el modelo de la Rusia de Putin. Se celebran elecciones fraudulentas que siempre gana el régimen, pero los candidatos de la oposición no solo son derrotados según unos resultados que nunca se pueden consultar, sino que su vida corre un peligro más que cierto. Por eso, las famosas actas electorales no van a ser mostradas nunca y, si lo son, podemos estar seguros de que son falsas. Sin embargo, los errores de los populares no terminan aquí y prosiguen con su insistencia en que nuestro Gobierno tiene que manifestar que el régimen venezolano es una dictadura. Claro que es una dictadura, pero eso lo puede proclamar cualquier particular, e incluso un político a título personal, pero no un Gobierno que pretende desarrollar una labor de intermediación, una labor que, entre otras cosas, ha permitido que Maduro haya autorizado que España pueda sacar a Edmundo González y librarlo de su más que probable futuro. Igual que también lo ha traído gracias a la intervención de Rodríguez Zapatero, por más que su actuación en la política española nos parezca nefasta. Se llama diplomacia. La alternativa es que Venezuela detenga a dos españoles y los acuse de ser agentes de inteligencia que preparaban un atentado y su asesinato, convirtiéndoles así en rehenes y poniendo en peligro su vida. Por si todo eso no fuera suficiente, el Gobierno español tiene que defender los intereses de las empresas españolas que desarrollan su actividad en aquel país. En definitiva, nada de lo que hagamos ahora va a traer la democracia a Venezuela y, como ya ocurrió con el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado, reconocer a Edmundo González no servirá para nada mientras las fuerzas armadas venezolanas y los cárteles de la droga sigan apoyando al chavismo. Lo que está sucediendo será tan solo el final de un nuevo principio que comienza cada vez que Maduro organiza un simulacro de elecciones y algunos ilusos piensan que, a lo mejor, va a respetar los resultados y entregar las dichosas actas.