Uno de los temas sensibles de la actual política española es la inmigración masiva incontrolada que estamos sufriendo y que es una de las causas que alimentan a la ultraderecha. Pues bien, hemos de analizar si la política de aceptar sin límites ni control, siquiera sanitario, a todos los que las mafias quieren enviarnos –y no mueren en la travesía- es una buena política. Por cierto, no entendemos por qué se aceptan a los menores no acompañados y no se les reintegra inmediatamente con sus padres o cuidadores, que han cometido un delito de abandono de menor y tendrían que ser identificados y obligados a aceptarlos. Tampoco entendemos por qué se tiene a los migrantes que salen de los centros de acogida deambulando por las calles sin documentación y sin un trabajo que les permita ganarse la vida.
El problema está llegando a un punto en que, al margen de la política, el volumen de inmigrantes es tal que, como ocurre con Canarias y Ceuta, nos estamos quedado sin espacio físico y capacidad asistencial para atenderlos. Y encima, la política cada vez está más presente, siquiera para constatar que el Gobierno de Pedro Sánchez no tiene una política migratoria solvente. De todas formas, la situación ha obligado al presidente a reconocer dos instrumentos que han sido tabú hasta ahora: las devoluciones en caliente en la frontera de Ceuta y lo que Sánchez denomina pudorosamente retornos, es decir, deportaciones.
La gran pregunta sigue siendo si hay alguna solución que nos permita tomar el control del escenario migratorio y, por desgracia, hemos de aceptar que no hay ninguna. Financiar generosamente a los gobernantes de los países emisores no sirve porque se trata de gobiernos corruptos que no hacen nada al respecto. En realidad, les viene muy bien liberarse de la presión demográfica de toda la gente que emigra. Y las mafias les pagan para todo lo contrario que nosotros. En cuanto a desplegar navíos de la Armada, una vez que los cayucos estén en el agua los tendrán que socorrer y acompañar a nuestras costas. Y la situación que se vive en el estrecho con las narcolanchas nos ilustra sobre las limitaciones de esa otra posible vía.
Durante muchas décadas, las tribus germanas del norte de Europa fueron penetrando pacíficamente en los territorios del Imperio Romano. Repetían así lo que todos los pueblos humanos han practicado siempre, la búsqueda de una vida mejor, de mejores oportunidades, de mejor clima o mejores recursos naturales mediante las migraciones. Todos los pueblos han migrado en alguna fase de su ciclo vital; y lo han hecho pacíficamente o mediante la guerra o la conquista. Pero, por muy pacíficamente que lo hayan practicado, la vida de los pueblos invadidos ha cambiado hasta el punto de ser absorbidos por una nueva cultura y una nueva realidad. El Imperio Romano simplemente desapareció y fue sustituido por una Edad Media que, a su vez, se extinguió, y así sucesivamente.
La oleada de migrantes que están arribando a nuestras costas tendrá consecuencias irreversibles. Nuestra capacidad de integración tiene límites y los que llegan son portadores de valores y culturas muy diferentes a los nuestros. Ni el amable lector ni yo mismo, por supuesto, lo veremos, pero estamos asistiendo al principio de un fin que no podremos evitar.