Amparados en la razón, por lo común los seres humanos nos movemos con decoro por este mundo. Cosa que no sucede cuando ante ti se levanta un político de las nuevas generaciones. Este es el caso, el arduo arrojo constructivo de la actual presidenta del Cabildo de Tenerife, doña Rosa Dávila, que eligió a un probo para eso que vagamente nombran cultura. José Carlos Acha Domínguez se llama. El mismo que se cuestiona vérselas cara a cara con los agentes de la cultura de aquí y que, dado el trabajo que le espera, para tener tiempo, ha nombrado un asesor (don Gregorio se nombra) para que faculte el precio y el tesón de la dicha cultura insular; don Gregorio (por cierto) que tampoco atiende a las llamadas de teléfono anónimas de los ciudadanos. Y eso ocurre, si tomamos en cuenta lo que el dicho Cabildo fue. Por ejemplo, financió revistas, apoyó al cine canario, al teatro, la música, los libros (con la ACT, donde yo publiqué mi primer poemario). Hoy esa historia anda perdida en el olvido. Para el caso, todas las comunidades de este país atienden con tino manifiesto al mundo de los libros. Por una razón notable: los escritores son escritores porque venden ejemplares de su obra y las editoriales son editoriales por lo mismo. Y esos factores son eximios atados a uno de los sectores más importantes del medio. Así, en pocas fechas estará impreso un nuevo libro mío. La editorial ha de venderlo. Y por eso se dirigió al Cabildo en cuestión de este modo: “La obra que deseamos ofrecerles es Triángulo, del reconocido escritor canario Domingo-Luis Hernández. Esta obra fue finalista del Primer Certamen Caleidos Art, lo que la convierte en un referente significativo de la literatura contemporánea canaria y española”. La respuesta es digna del desatino de los señalados presidenta y consejero. Gloria a la obra, pero (literal): “Lamentablemente no disponemos en la actualidad de partidas para la compra de libros”. Es decir, unos políticos tales no solo miran de espaldas a lo excelso, sino que empujan el trabajo y el ingenio hasta el infierno de quien se compromete con lo meritorio. O lo que es lo mismo, esa obra de un autor de Tenerife no tiene asiento duradero en las bibliotecas de Tenerife. O sea, en esas bibliotecas operan con retazos de los siglos pasados o piden alborozados donaciones para sus fondos; no atienden al hecho manifiesto de que las bibliotecas son organismos vivos que se nutren de nuevas entradas, como ocurre con todas las bibliotecas del mundo, desde la de Alejandría que fue, la de Copenhague, la Nacional de España, la Pública de Nueva York, etc., etc. No atienden a esa honra, supremos expertos. En esas andamos, esta es la astucia manifiesta de este Cabildo suntuoso que de hoy en adelante plantará flores para el regocijo y no comprará libros para clamar por la lucidez, la sabiduría, el placer… ¡Pobres imbéciles!