Con el retorno de Pepe Mel es inevitable la nostalgia. Su nombre en las librerías habla de un escritor con media docena de títulos que acaba de sacar una novela histórica y que vuelve al lugar del crimen tras su debut en el banquillo en Primera, precisamente, en esta Isla, cuando veníamos de ser la bestia negra del Madrid.
Mel nos devuelve a las postrimerías de la era dorada blanquiazul (otro modo de decirlo sería hablar del declive de una etapa de ensueño). A finales del siglo XX, el Tenerife ya había litigado con los grandes del fútbol europeo y afrontaba el cambio de ciclo y de siglo en Primera División como un equipo de provincias exmatagigantes que tenía fans hasta en la Casa Blanca. (Kissinger lo piropeaba cuando Valdano y Redondo).
Pero la historia dice que el efecto 2000, que temían las empresas, los bancos y todo quisqui de rebote, es posible que hiciera mella en aquel Tenerife finisecular. Mirar a aquellas colinas ahora, con la que está cayendo, puede llevarnos de la nostalgia a la melancolía. Este hombre con cara de buena gente recaló por aquí justo cuando se nos viraba la suerte. Era un momento en que se mascaba la tragedia. Porque nos habíamos mal acostumbrado a aquel presidente que estaba tocado con la varita mágica.
El último bendecido de la era Javier Pérez sería Rafa Benítez, que metió al equipo de vuelta en el ascensor a Primera con un gol de Hugo Morales, santo de nuestra devoción, tras la famosa polémica por la tercera plaza con el Atlético de Madrid, que movió Roma con Santiago, en vano, cuestionando los papeles de Barata. “Barata tiene el pasaporte de un muerto”, bramaba Lopera, haciendo de chivato.
Rafa Benítez se consagró en la Isla antes de ser una vaca sagrada y se fue en busca de nuevos horizontes. Entonces, llegó Mel y aquí debutó en Primera, la liga de las estrellas desde los 90. Pero no tuvo fortuna y antes de terminar de cruzar el río lo sustituyó Javier Clemente. El Tenerife estaba en el vagón de cola, como ahora, lo que supone para Pepe Mel un déjà vu con los papeles cambiados. Sale Óscar Cano en el papel de Mel, y este entra en escena encarnando a Clemente, con la lección aprendida de uno y de otro, para que no se repita la historia.
Pues Clemente, un patanegra del fútbol español (al que Javier Pérez siempre había cortejado, como a Luis Aragonés, su apuesta imposible), no impidió el descenso del Tenerife a los infiernos de Segunda. Y ahora regresa Pepe Mel con su última novela bajo el brazo, El despertar del Diablo.
Esta historia, contada así, sin faltar a la verdad, equivaldría a un volver a empezar. Mel fue un futbolista con gol y hoy es un fabulista que husmea en la historia. Su propia historia es una fábula que contiene hitos como el debut de Pedri en Primera con la UD Las Palmas, hace cinco años. Mel, un arqueólogo de vocación, descubrió, a su paso estelar por el club vecino, a una auténtica joya de 16 años y, gracias a su insistencia, el de Tegueste pudo alinearse con el primer equipo antes de que el fútbol español lo reconociera como sucede ahora con Lamine Yamal. “Cuando debutó, Pedri ya era millonario, pero aún no lo sabía”, comentaba Mel poco después convencido de su hallazgo. Hace 30 años, se le perdonó a Valdano que descorchara en el Madrid a Raúl, que tenía 17. Ahora, los canteranos de la Isla ven llegar a Mel como un zahorí, que con su péndulo va detectando vetas de minerales y lagos subterráneos.
De manera que Mel tiene historia para rato en sus idas y venidas a Canarias. Un entrenador de las dos orillas. Esta aventura tiene mucho de ajuste de cuentas con el destino. Si salva al Tenerife (ya no digamos si sucede algo más, incluso un milagro), habrá escrito la página que no pudo en 2002. En su carta de presentación promocional como novelista, se le describe como un viajero incansable en busca de historias que poder llevar a sus libros. ¿Qué nos resta desear? Que esta sea una historia con final feliz.