Se reanuda esta semana la actividad en el Congreso con tablas en el pulso entre Pedro Sánchez y Núñez Feijoo. Ninguno de los dos tiene fuerza para tumbar al contrario. A Feijoo le falta apoyo parlamentario para sacar adelante una moción de censura y Sánchez piensa que cuenta todavía con los votos de los diputados de Puigdemont, cada vez más caros y menos de fiar, para seguir en la Moncloa. La salida lógica del bloqueo sería celebrar elecciones, pero eso solo le interesa ahora al PP, que regresa del verano con más agresividad de la que se llevó a la playa: contra la política migratoria del Gobierno, contra el acuerdo de financiación de Cataluña, contra esto y aquello. Siempre contra. ¿Qué harían ellos si gobernasen? Es un misterio insondable. Les parece horrenda la política de emigración del Gobierno que, curiosamente, coincide con su propio programa (?) y no explican que harían en Cataluña.
Además de la bufonada escapista del valeroso Puigdemont camino de su irrelevancia política, que fue la nota grotesca del tórrido agosto, el verano nos trajo también la formación de un gobierno moderado no independentista en Cataluña y, aunque con muchas cosas aún por aclarar, tal vez sea el inicio de la superación del procés, que al PP parece importarle un bledo y lo utiliza para aumentar el trompeteo apocalíptico, como hizo Feijoo cuando se nos apareció en plena canícula para recordarnos lo malísimos que son Sánchez y sus parientes y que el Gobierno todo lo hace mal y con la peor intención.
Para el PP el único cambio digno de mención sería que se vaya Pedro Sánchez y “derogar el sanchismo”, que fue el argumento de su campaña en las elecciones del año pasado cuando, muy seguros del triunfo, pactaron con Vox y se echaron a dormir. Nunca lo reconocerán, pero no dejan de lamentarlo cuando recuerdan que estuvieron a cinco escaños de la mayoría requerida para que Feijoo fuese investido presidente del Gobierno, que es para lo que dejó su cómoda mayoría en Galicia. “Mi cabeza cana, los años perdidos / Quiero hallar los viejos borrados caminos…” (Balada del que nunca fue a Moncloa, perdón, a Granada, R. Alberti).
En la bancada de enfrente, los diputados del PSOE no han evitado que Pedro Sánchez cometa graves errores y tome decisiones temerarias que hacen crujir las cuadernas del Estado. Jalean al jefe para que se pelee con el PP porque así lo exigen sus amigos de la variopinta porrusalda ideológica (mayoría Frankenstein XXL) que sostiene al Gobierno en el Congreso. El objetivo es resistir y con distintas argucias Sánchez puede hacer durar la Legislatura, pero no gobernar, porque a la “porrusalda” le interesa que siga la situación actual, esto es, que continúe un gobierno débil que necesite sus votos para no caer, pero atado de pies y manos para que no pueda hacer nada.
Lo dije en julio pasado y lo repito. El PSOE, en su propio interés y por el bien de España, necesita recuperar su proyecto socialdemócrata autónomo, para lo que Pedro Sánchez debería dar un paso al lado en el congreso del partido del próximo noviembre y dejar pista a un nuevo candidato, porque muchos socialistas ya no se fían de él y me malicio que a partir de ahora pueden no votar al PSOE si él encabeza la lista, ni siquiera tapándose la nariz como hicieron en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado mes de junio. Sánchez es consciente y ha hecho “autocrítica” (a los demás, claro) y pretende superar la situación con una patada a seguir y la purga de los dirigentes regionales del partido.
Entramos en un nuevo curso político con viento de cola en la marcha de la economía, y esto es positivo, y arrastramos también viejos problemas: deuda, gasto excesivo, déficit de vivienda, sanidad desbordada, tensión territorial y, sobre todo, un clima enrarecido por la polarización política que alimentan un líder de la oposición capaz de sostener una cosa y la contraria siempre que perjudique al PSOE y un presidente del Gobierno rehén de quienes quieren diluir la nación española en un vaporoso estado plurinacional (confederal que no federal) que desbarate la estructura institucional de la Constitución de 1978, animados por unas señorías que, aferradas al escaño, cantan a coro “aunque los sueños se me rompan en pedazos (…) resistiré para seguir viviendo”. Canción del Dúo Dinámico, que sirve para una pandemia y un descosido.