La mayor tragedia en el mar en 30 años de inmigración en Canarias se adelantó, este fin de semana, en pocas horas, a la travesía que celebra cada año El Hierro desde que se apagó el Tagoro, el volcán submarino. La isla ya es el epicentro del drama y la supervivencia de esta segunda crisis de los cayucos. Antes fue guía de los barcos de la ruta de América y hoy lo es de la ruta de África.
La isla de El Hierro se eleva sobre sí misma y está siendo una llamada a la conciencia de quienes usan a los migrantes para echar leña al fuego, polarizar el debate político, avivar el racismo y ondear una bandera electoral. En términos proporcionales, la labor de El Hierro es hercúlea, nos visite Von der Leyen o no.
Que venga Dios y lo vea. Que lo vea con sus ojos el Papa, que fue y vio en su día a Lampedusa, ofició misa y, sobre una lancha patrullera, lanzó una guirnalda de flores blancas y amarillas en las aguas de los decesos. Francisco ha hablado claro. La cultura del bienestar es causa de la “globalización de la indiferencia”. Hemos perdido la experiencia de llorar y alguien tiene que limpiar los restos de Herodes que hay en muchos corazones. El Papa es el único hombre capaz de que los ahogados de El Hierro den la vuelta al mundo.
Las fuerzas políticas más reacias a la acogida de migrantes, que elogian a los estados más insensibles (la Italia de Meloni a la cabeza), no cesan de agitar el debate de la inseguridad, a sabiendas de que es falsario. Basta repasar la memoria anual de la Fiscalía General del Estado para concluir la aberración de que habría que expulsar masivamente a los propios naturales del país, siguiendo la lógica perversa de deportar migrantes por si las moscas.
Ayer y hoy ha quedado un resuello de dolor en El Hierro y en toda Canarias entre gente de bien. Por los nueve muertos y el medio centenar de desaparecidos que estaban a tan solo siete kilómetros de La Restinga. Por los rescatadores que tuvieron que recibir asistencia psicológica en el puerto tras escuchar gritos en una noche cerrada. Y por la isla de El Hierro, que ha sufrido en esas aguas el desalojo por la erupción de 2011 y este estado de shock viendo que África se les viene encima.
Los cayucos de 2024 dejarán huella como los volcanes o la pandemia; a nadie le saldrá gratis haber vivido este año de alta tensión por la ruta canaria. Los niños de esta singladura subsisten aquí acantonados sin atención psicológica ni educativa. Niños huérfanos a la fuerza, que son moneda de cambio de disputas políticas.
Los operarios de la Guardamar y la Salvamar que socorrieron al cayuco de Nuadibú con 90 africanos se toparon con la desgracia. Pudieron salvar a 27 (4 menores) al volcarse el cayuco escorado porque todos quieren ser evacuados a la vez.
¿Servirá de algo esta tragedia para aparcar la espiral de desafecto de las fuerzas que nos ha traído hasta aquí en busca del voto xenófobo? ¿Permitirá entrar en razón esta elegía de El Hierro?
En estas, el Gobierno, Canarias y la oposición retoman aquel desafortunado veto en el Congreso a la ley para que España, en su conjunto, alivie la acogida de niños migrantes (ya cerca de 6.000) hacinados en las Islas. ¿Estos muertos compadecerán a los políticos menos solidarios?
El sábado se celebraba la travesía del Mar de las Calmas. En el mismo escenario aguardaba la tragedia. Más de medio centenar de vidas (todos adultos menos un niño) se ahogaron en esas aguas profundas. Y los bañistas que, a la mañana siguiente, llegaron a nado a la orilla simbolizan ahora el mensaje de una travesía que emplaza a los dirigentes de los partidos a que, de una vez, sellen un acuerdo que consagre el derecho de los menores a la vida.