En el mundo que vivimos una gracia parece asistirnos: quienes tenemos viviendas de sobra hemos de ganar con ellas cuanto más dinero mejor. Y eso se deduce de eso que se llama “pisos turísticos”, que hace que un alquiler normal se multiplique por dos o por tres, según los casos. En ese andar se avistan unas cuantas líneas que capacitan el interés. Andamos anclados en eso que se llama capitalismo y lo que designa el reparto: los que tienen de más frente a los que no tienen. Y otro asunto, que a veces la izquierda se toma con cierto rencor: no son los particulares los que han de defender lo que recoge la Constitución, el disfrute de residencias dignas para vivir. De lo cual se deduce el deber que los dichos gobiernos (el central y los autonómicos) han de disponer: suelos para construir los cobijos necesarios para tal fin. En esas andamos y en el andar lo que se nombra como problema. ¿Qué significa que una parte de las viviendas de una edificación estén habitados por turistas, turistas que confirman allí lo que por esa experiencia disfrutan? O lo que es los mismo, las leyes imperiosas de la comunidad no se reconocen, ni por el jolgorio, ni por la correspondencia vecinal, ni por las relaciones entre los colindantes o conocidos, ni por el tiempo que los relaciona. Es decir, un estorbo. Y para el caso, ¿quién manda en semejante desproporción, los inquilinos dichos, los dueños en el reparo o los dueños fidedignos en su función? Guerra habemus, dice la historia y en este punto uno no sabe a ciencia cierta donde poner el punto de la razón. Porque propiedad es propiedad, en disfrute o en negocio. ¿En qué lugar colocar entonces el juicio, en quien opera conforme la circunstancia social que nos define o en quienes acusan las molestias (ciertas o supuestas) con su consecuencia? Cabe emplazar los registros con precisión. En este edificio no, proclamará alguno; para eso existen los hoteles o los apartamentos en función. Los otros se agarran a su moción. ¿Y por qué no, si el mundo ahora se mueve con semejante precisión? Como ocurre con los taxistas, que un nuevo invento (Uber) pone contra las cuerdas los dineros de su trabajo y proclaman andar solos por este globo. Lo cual nos lleva a revocar. Por ejemplo, ¿así han de proceder los antiguos estudios fotográficos porque la era digital los ha desarticulado? El mundo que nos toca vivir (capitalismo) crece y ya es difícil apreciar a un escritor escribir sus novelas con las antiguas máquinas. ¿Qué queda? El resabio del poder que siempre anda al acecho, no vaya a ser. Y eso ocurre. El tribunal supremo español ha sentenciado: tres quintas partes de un edificio o de una urbanización pueden prohibir los nombrados “pisos turísticos”. No es que lo razonable sea razonable sino que siempre las espadas del gran guerrero (divino Cid) andan al acecho. Y eso queda, por ahora.
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