entre paréntesis

Uno y otro

La historia parte de Dostoievski y la confirmó Nietzsche. Dice que hay dos clases de personas: los servidos y los servidores. Ahora bien, cuando leemos la inquietante “Crimen y castigo” y ratificas por “El anticristo” del segundo, te planteas quién decide el orden de los factores, por qué el amo es el amo frente al esclavo. A poco que uno se despiste cae en la trampa del fundamentalismo, que Dios lo prefiguró así (como se leyó en la Edad Media) y así es. Truco de escritores, claro, porque Nietzsche mata a Dios y hablar del sacro Raskolnikov es anatema, por lo menos hasta la divina conversión final del protagonista. O lo que es lo mismo, Dostoievski decide por lo radical y construye las tres primeras primeras partes de esa sustancial novela. Pero sabe que no puede persistir porque, si lo hace, terminará de nuevo en la cárcel. Recula. Nitezsche no, no solo se sabe a salvo con lo radical sino que se confirma en lo radical. De ahí su filosofía hasta el excepcional “Así habló Zaratustra”. Es decir, el asunto se arrima a la condición particular del discurso. De donde, lo que persigue el iluminado es ser lo que pretende ser incluso en contra de los otros. Lo enseñó Hegel: amos y esclavos. Sabemos, por tanto, que el apremio de unos es imponer la exclusividad de su categoría y justificar la condición de las víctimas. ¿Dónde radica, pues, el valor? En la posición manifiesta de los sujetos y cómo ocupan manifiestamente los sujetos sus posiciones en el mundo. De ahí surge la nefasta disyuntiva que nos aúpa o sumerge en este mundo: Felipe VI es rey no porque se haya ganado el premio democráticamente por sus facultades, lo es porque su padre (por desgracia) fue rey como su abuelo. etc., etc. Digamos que eso no cuenta. Como no cuenta que fulanito de tal sea inmensamente rico porque sus antepasados hayan construido fúlgidas empresas que ahora lo han hecho inmensamente rico sin dar palo. En los fundamentos de la historia esas precisiones se encuentran, de lo anacrónico e incongruente de los reinados a lo que el poder despliega con potestad en este planeta. De manera que cuando a estas presunciones se unen los sujetos listillos que, por posición, atusan en provecho de sí propio los designios de la estirpe, que él, en efecto, es el dueño y elige a sus esclavos para que trabajen conforme han de trabajar en su provecho, tú, como ser digno y honorable que eres, te partes de risa. Porque semejante cosa no sustancia la conmoción según el divino Dostoievski y el clarividente Nietzsche. En efecto, hombre grandes, supremos y gloriosos han existido y acaso existirán en este globo. ¿Ellos imponen el signo? No, corroboran. Por eso hemos de arrodillarnos ante Bach, o ante el Cervantes del “Quijote”, o ante el más divino de los divinos Shakespeare, etc., etc. ¿Nos anulan? No, nos enseñan el camino.

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