viernes a la sombra

Barrera Corpas, eterno aspirante

En aquella época, todos éramos de uno de los dos: o de Juan Albornoz Sombrita o de Barrera Corpas, Domingo, a quien unos años después ya conocíamos como el Ciclón del Atlántico. Barrera, fallecido ayer, era natural de Candelaria, el ídolo de la juventud, cuando el boxeo (en la década de los sesenta y buena parte de la siguiente) era un deporte que cautivaba y atraía legiones de aficionados, muchos de los cuales, por cierto, se recreaban luego en las crónicas de Antonio Salgado Pérez, el gran Ansalpe, Fernando Vadillo, Manolo Alcántara y Julio César Iglesias, auténticos maestros de la escritura pugilística. Aquel combate, junio de 1968, fue televisado (todavía en blanco y negro), con el campeonato de España de los superligeros en juego. Sombrita, de quien el maestro Matías Prats hizo un singular elogio mientras transmitía en Radio Nacional de España su pelea con el austríaco Johann Orsolics, con el título europeo de los welter en juego, sencillamente porque el púgil tinerfeño no se sentó en el banquillo de su rincón ¡en toda la pelea!, tal era su indiscutible superioridad física y técnica. En otro combate anterior, el centroeuropeo le había noqueado. Barrera Corpas, impulsivo, transgredió la combatividad en más de una ocasión. De ahí, probablemente, el mote de Ciclón del Atlántico. Su currículum impresionaba: se inició como amateur a los dieciocho años hasta colocarse la diadema nacional de los ligeros. Frente a Argelia fue internacional por primera vez y ganaría a otro tinerfeño, Miguel Velázquez, que luego sería campeón del mundo frente al tailandés Sansak Muangsurin, conocido por La sombra del diablo. A mediados de los sesenta, Barrera había sido campeón de España y representó a nuestro país en los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964. En 1966, sufrió una dura derrota en Trieste, cuando disputaba el campeonato mundial militar frente a Carmelo Riga. En 1973, se proclamó campeón de España de los superligeros frente a Enrique Levy. Perdería el título dos combates después contra José González. Ese año colgó los guantes. Ya en el profesionalismo, en el que debutó en noviembre de 1966, llegó a registrar veintiuna peleas invicto. Los reveses, desde luego, nunca arrugaron a Corpas, que disputó dos campeonatos del mundo: uno en Buenos Aires, frente a Nicolino Locche, más conocido como El catedrático del ring, con una decisión de los jueces muy controvertida. El catedrático acabó con un brazo destrozado porque Barrera castigó ese flanco con cabeza y sin piedad, según contaron. Hasta allá se fue con el preparador Rogelio Albertos. La épica argentina se reflejaba en el encendido testimonio del periodista Héctor Onesime, publicado en la inolvidable publicación El Gráfico, una genuina lección de periodismo deportivo y de calidad: “El Luna Park era un murmullo anhelante que repiqueteaba en miles de cigarrillos encendidos”, escribía. Y apenas ganaste (según nuestra tarjeta) por tres puntos, “con una luz que nada tiene que ver con la diferencia inmensa que hay entre tu sabiduría y la rústica profesionalidad del español”. La otra intentona mundialista fue en Génova (Italia), octubre de 1971, frente a Bruno Arcari, versión del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Una moneda lanzada desde el público que golpeó en una pantorrilla acabó con sus ilusiones. Era una gran oportunidad, acaso la última para un campeón… convertido en eterno aspirante. Pero no pudo ser. El candelariero lo había intentado. Pero el boxeo al que tanto empeño había dedicado -cincuenta dos combates como profesional- no le correspondió.

Será recordado, desde luego.

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