La historia moderna de la República Dominicana tiene tantos episodios únicos y sorprendentes que, uno por uno, darían para inspirar decenas de libros en distintos géneros narrativos.
La actual nación caribeña tuvo dos independencias, la primera de España, con una efímera duración de dos meses (del 01-12-1821 al 09-02-1822), y una segunda de Haití, país que la invadió por completo durante veintidós sangrientos años (1822-1844), luego de proclamarse en 1804 como la primera república negra del mundo y la segunda de América, tras los Estados Unidos.
Entre 1861 y 1865, tiene lugar la etapa que la historiografía dominicana denomina “Anexión”, un período en el que esa porción que ocupa dos tercios de La Española se libera del yugo haitiano, solicita volver a formar parte del Reino de España, retoma su nombre histórico de Provincia de Santo Domingo y tiene por gobernador a quien había sido el primer presidente constitucional de la República Dominicana, Pedro Santana Familias, marqués de Las Carreras y también hijo de canario.
Es en este período cuando llega a Santo Domingo el sargento-sanitario José Juan de Dios Trujillo y Monagas, natural del barrio grancanario de Vegueta. Al estallar la independentista “Guerra de Restauración” (1865), abandona a su esposa e hijo (el futuro padre del gobernante) en Santo Domingo y se marcha a Cuba, donde es designado jefe de la Policía de La Habana. La familia que deja en República Dominicana fue protagonista de varios acontecimientos sanguinarios encabezados por Silveria Valdés, la despechada matriarca de aquel clan que sembró el terror en la provincia de San Cristóbal. Y como nada bueno suele alumbrar la violencia, en ese ambiente encarnizado nace Rafael Leónidas Trujillo Molina (1891-1961), tirano caribeño de autoritaria, cruel y espantosa biografía.
La única anécdota simpática que consta en su semblanza fue que se le considera el precursor del merengue como estilo musical dominante en República Dominicana, lo que obedecía no a su deleite musical sino a una venganza de desagravio contra la alta sociedad dominicana, obligándoles a bailar una música hasta entonces considerada propia de las clases populares. Tampoco puede negarse que, bajo su gobierno de un total de treinta y un años, llegó la transformación total y absoluta de la economía del país, eliminando por completo su deuda externa y comenzando el despegue económico de la nación bajo el absoluto monopolio de su “ordeno y mando”.
El resto de su mandato lo ocupan episodios de latrocinio continuado hasta niveles absolutamente obscenos, llegando a ser uno de los hombres más ricos de América. No podrían faltar las violaciones a mujeres, siendo conocido por su afición a tener la fémina que quisiera con solo desearlo, incluidas las esposas de sus ministros, a quienes humillaba contando en público las intimidades de aquellos encuentros. Auspició episodios de torturas y asesinatos inenarrables a sus opositores y masacres contra los haitianos, que despreciaba profundamente aun siendo descendiente de éstos por rama materna. Su megalomanía lo lleva a rebautizar a la centenaria Ciudad de Santo Domingo como Ciudad Trujillo. El culto a su persona era total y dividía a los dominicanos entre los que lo despreciaban llamándolo “El Chivo” y quienes lo idolatraban apelándolo “El Jefe”. Su figura sigue muy presente hoy, celebrándose el 30 de mayo, efeméride de su asesinato en 1961, como festividad del “Día de la Libertad”.
*Abogado e historiador