Para los monárquicos de este país, el que fue dictador por largos años acordó un premio satisfactorio: restituir el reinado patrio. De lo cual salió un príncipe que aspiró a ser rey. Muerto el general de generales eso fue lo que sucedió. Con prebendas, como la inmunidad. De manera que nos salió al encuentro alguien que, asumiendo su cargo de jefe del Estado, tuvo a bien negociar cantidades ingentes de dinero para sí, que disfruta. Corrupción. Tanto que le donó a una amante 400 millones de euros que, al parecer, no es poco. Eso y sus posiciones manifiestas. Por ejemplo, defraudar a Hacienda o instruir a su yerno (Inaki Urdangarín) para que ganara dinero fácil en favor de su hija y fue el pobre el que hubo de purgar con la cárcel. Porque en España las cosas están medidas según y quién. De donde, pese a las evidencias y al exilio al paraíso del lujo, ni rozarle un solo pelo. Mas ello no dispone por sí el valor de la justicia ni de la dignidad de una nación. De modo que exmagistrados del Supremo, fiscales anticorrupción, filósofos e intelectuales han salido a la escena con decisión.
Hay cuestiones que no tienen perdón, que no pueden archivarse; hay cuestiones ante las que, sea cual sea el adefesio, han de señalar las caras. Varias razones ponen de manifiesto ante el que reinó y se llama Juan Carlos I: los cargos dichos contra la Hacienda pública que recoge el código penal y de los que ningún ciudadano se libra, las acciones delictivas de las que salen la igualdad y la solidaridad, etc. O lo que es lo mismo, un juez puede imputar a un ciudadano por robar una gallina por más que padezca hambre; a un noble si atesora riquezas impropias o si defrauda también. Y otra cosa que toca en verdad y es manifiestamente repudiable en semejante preboste: los principios morales y éticos, eso que ningún presidente de este suelo se atrevió a cuestionarle mientras gobernó (ni Suárez, ni González ni Aznar). Se dan al cuento, al respecto, las hazañas amorosas y lo que ellas significaron con una preclara actriz española que todo lo grabó y lo guardó. Infamia.
O lo que hizo con la más conocida, que luego de guardarse el dicho dinero que le ofreció (porque ha de ser rica) lo denunció; eso de engalanar una dependencia del Estado para que allí viviera la consabida cerca de él. Los delitos son delitos, es cierto, y la poca vergüenza también. El desmedido oprobio que este personaje infringió a su legítima esposa, cuando hubo de ser un modelo, se encuentra ahí. Igual que todo lo que se le imputa. Es decir, ni republicanos ni monárquicos; un adefesio como ése ha de pagar con creces las felonías que cometió, como las paga todo hijo de vecino. En eso los demandantes, en honor, conciencia y consecuencia, tienen razón.