Donald Trump no es Satanás ni Hitler. Es un señor mayor con mucho dinero, que se hizo popular presentando un show televisivo que le propulsó a la presidencia de EE.UU. Su egomanía enloqueció en el Despacho Oval, y cuando perdió en las urnas hace cuatro años promovió un asalto al Capitolio, cuyas condenas indultará ahora junto a las suyas. Con todos los defectos y ninguna cualidad para el cargo, ya tiene su juguete, ganó el martes las elecciones y vuelve al trono del delirio, donde promete vengarse como haga falta.
Trump, el paradigma antidemocrático, se siente invulnerable ante el peso de la ley en tanto regresa al poder en la cima de la ultraderecha. Su victoria alegra a quienes sienten aversión a la palabra progresista. Los más tibios conservadores quisieran celebrarlo; si disimulan, es por pudor hacia las fechorías de un truhán de este pelaje. Pero, todos a una, ejercen de Fausto: venden su alma al diablo, aunque este sea un diablo de mentirijillas (el diablillo de los fakes, en todo caso), al que no sigue ni Stephen King, el rey del terror.
Trump tiene un carisma de guiñol y no es tampoco el Mesías, pero para sus votantes ha vuelto, y una bala le pasó rozando. Podrá parecernos una ignominia para la democracia, algunos harán comparaciones con la Alemania de Hitler, en favor de los alemanes, que no incurrieron dos veces en su error. Sí es una anomalía democrática que convierte en presidente a un convicto y golpista con más votos que nunca. La única moraleja que nos atañe es que Europa está sola.
El regreso de Trump al lugar del crimen es un rinoceronte gris, un evento altamente probable -el suceso del año, tras dos guerras y una dana- al que no se tomó en serio hasta el martes. Ha sido coronado para hacer de su imperio lo que quiera, una democracia iliberal o una dictadura, amén de un trumpolín de la extrema derecha. Pero Europa ha de ser inapelable. Allá los americanos con sus pasos en falso, hasta que se peleen Trump y Elon Musk, dos elefantes en la misma habitación. Como dice Donald Tusk, ahora Europa depende de Europa, “la era de la externalización geopolítica ha terminado”. Ya tendremos noticias de cómo se las arreglan aislados del mundo con el Rubiales yanqui (de la ola latina que lo ha aupado, la mayoría son hombres, machos alfa como él, que se desconsuela en los mítines por el tamaño del pene de algunos golfistas famosos).
Nuestro problema es Europa, hagamos de la necesidad virtud. Las cosas siempre pasan por algo. El 5 de noviembre nos quitó la venda de los ojos. La OTAN seguirá existiendo y prestará servicios lánguidos de disuasión nuclear, pues ha ganado el amigo de Putin. Punto.
La tarea la ha dejado escrita Josep Borrell. Europa tiene que montar su propia defensa común, porque “la guerra es una amenaza” y EE.UU. ni está ni se le espera. Y debe ser en tiempo récord, como cuando hacían falta vacunas. Esta es la pandemia de ahora, y también tendrá consecuencias de carácter mundial. Europa debe forjar su Ejército, su flota, su arsenal… Está tardando.
Trump se cree un elegido. Dice que Dios le salvó la vida para que él salvara al país. O Dios le está tomando el pelo al del tupé. Y es el fin del trumpantojo.
Decir que es la hora de Europa supone apechugar sola con la guerra de Ucrania, ese es el precio. No puede perderla, o se expone a que Putin le tome la palabra a Trump y entre por Europa como Pedro por su casa, con ayuda del norcoreano, otro compa del ganador. EE.UU. ya no es de fiar, mal que nos pese. No es cuestión de desempolvar el yanqui go home de los sesenta, pero Europa tiene nuevas prioridades. Que el eje franco-alemán esté en la cuerda floja no es pretexto. Zelenski, que saltó de la pantalla a la política como Trump, marcó un camino de no retorno, que ahora se convierte en la primera prueba de fuego de una Europa sola ante el peligro, no la de Orbán, sino la de Leyen. Esta es la misión de una mujer que estrena nueva Comisión Europea, con España reforzada.
Con 78 años si algo no se tiene es tiempo de sobra. Trump vuelve para arrodillar a Europa con una guerra comercial. Expeditivo, como Netanyahu, su fiel claque, que le ayudó a desgastar a Biden alargando la guerra de Oriente Próximo.
Hace tan solo unas semanas, hubo quienes se preguntaban jocosos qué hacía Pedro Sánchez visitando a Xi Jimping para negociar los aranceles de Bruselas al coche eléctrico chino, o subido a un descapotable en la India junto al primer ministro, Narendra Modi, milmillonarios en habitantes y potencias mundiales de primer orden. En el nuevo escenario, esa ruta parece premonitoria para Europa en medio de los efectos del calentamiento político global, obligada a abrirse al mundo.
Con el triunfo de Trump sobre la mesa, se reunía esta semana en Budapest la Comunidad Política Europea, que agrupa a medio centenar de países de la UE y su entorno. De todas las intervenciones, quédense con esta del presidente francés, Emmanuel Macron: “El mundo está hecho de herbívoros y carnívoros. Si decidimos seguir siendo herbívoros, los carnívoros ganarán y nosotros seremos un mercado para ellos. Creo que debemos elegir ser omnívoros: no queremos ser agresivos, pero sí saber defendernos. No quiero que Europa sea un enorme teatro habitado por herbívoros a los que los carnívoros, según su agenda, vengan a devorar”.
Todos los rinocerontes son herbívoros, menos este rinoceronte gris, que es carnívoro, como buen fake.