tribuna

Votar el martes a cara o cruz

Solo 48 horas nos separan de las elecciones en EE.UU., que serán como lanzar una moneda al aire. Trump concurre con un lastre que hundiría a un candidato en cualquier democracia del mundo. La noticia de un duelo igualado hace presagiar cualquier cosa, incluso temer lo peor, porque votar a Trump es un pecado inconfesable, a bote pronto, en las encuestas.

Venimos de las inundaciones mortales de la DANA española que ensangrentó los días finales de octubre, en la víspera de finados, y en todo lo que tocó dejó impresa la palabra fin. Con las cartas boca arriba, pasado mañana, la democracia de ese país -y la de todos- se las verá con esa palabra.

Pero este artículo se escribe desde la inocente ensoñación de no querer ni pensar en la victoria de Trump, ese obituario, pues nuestra generación habría perdido, entonces, la batalla de la libertad. Así que toda pócima de esperanza es poca.

¿Es casual que esta vez hayan aflorado las simpatías de Trump hacia Hitler? No. La revelación proviene de alguien que lo conoce muy bien, su jefe de Gabinete más duradero, el general John Kelly (equivalente a un primer ministro), que en unas conversaciones con The New York Times lo desnudó: “Es un fascista, alguien situado en la zona de la extrema derecha, autoritario, que admira a los dictadores”. De sus elogios al Führer contó que le dijo: “Hitler también hizo algunas cosas buenas”. Y, como militar, le indignó otro comentario: “Necesito el tipo de generales que tenía Hitler”. Cuando Kelly le recordó que esos mismos generales trataron de matarlo varias veces y que uno de ellos, Rommel, tuvo que suicidarse, Trump se le quedó mirando como si le hablara en chino, desinformado. Tampoco a Trump uno se lo imagina leyendo un libro.

En los papeles del sumario, recién conocidos, sobre el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 (un caso que se sigue contra él en Washington) se documenta el autogolpe. El vicepresidente, Mike Pence, debía proclamarlo presidente con papeletas falsificadas. El plan falló por la honestidad de Pence, que no siguió las instrucciones. Por eso, miles de asaltantes, con sus estrambóticos disfraces -imposible olvidar la imagen del chamán de QAnon con cuernos de bisonte- coreaban “¡Colguemos a Mike Pence!” Trump les había arengado antes, junto a la Casa Blanca: “Luchen contra el infierno”.

Esa es la catadura moral del candidato republicano (en enero, 79 años), que acusa a la demócrata Kamala Harris (en octubre cumplió 60) de “trastornada” (“eres una vicepresidenta de mierda”). El mismo que dio rienda suelta al bulo de que los migrantes haitianos se comen a las mascotas (perros y gatos) en Springfield (Ohio). A los soldados caídos combatiendo por su país los llama “perdedores” y evita aparecer junto a militares amputados, según Jeffrey Goldberg (The Atlantic). A John McCain, que perdió deportivamente ante Obama, lo odió siempre. Era un héroe de guerra, torturado y rehén varios años en Vietnam, que se negó a ser liberado antes de que le tocara su turno entre todos los capturados. Se burlaba de sus heridas y, una vez muerto, lo llamó, obviamente, “perdedor”.

Pese a la aberración de que un condenado por una treintena de graves delitos pueda sentarse de nuevo en el Despacho Oval, lo cierto es que la UE se ha puesto nerviosa (consciente de que Putin podría intimidarla con permiso de su amigo, amén de obtener favores contra Ucrania) y algunos magnates, también. Jeff Bezos prohibió a su periódico, The Washington Post, apoyar a Harris, pisoteando el prestigio del diario que destapó el Watergate. Promete lanzar al Ejército contra sus rivales. A la excongresista republicana Liz Cheney, que votará a Harris, le deseó, este jueves, verla fusilada “con nueve cañones apuntándole a la cara”. La escritora Joyce Carol Oates (86) cree, abatida, que esta vez cumpliría “sus amenazas” contra lo que él llama el “enemigo interno” (políticos y periodistas críticos), pero, por suerte, los militares se declaran leales a la Constitución antes que a Trump. En una reunión en el Pentágono, gritó a un grupo de generales: “Yo no iría a la guerra con ustedes. Son un grupo de imbéciles y bebés”.

He hecho esta recopilación porque, aun pareciendo increíble, es rigurosamente cierta. En su día ya se jactaba de “poder disparar a gente en la Quinta Avenida y no perder votos”. Está lo que se llama la psique bipolar americana que se identifica con Harry el Sucio (Clint Eatswood). Y hay una masa de ciudadanos con los pies hundidos en el barro de la pobreza que le siguen a pies juntillas, pero Trump es de esa clase de personas que, ante la pregunta de si tienen los pobres derecho a vivir, uno sospecha qué responde por dentro.

La alianza Donald Trump & Elon Musk obró la catálisis del republicano en sus horas bajas, tras perder el debate con Kamala Harris y sentir que el fantasma del octogenario sin reflejos se vengaba de él en la oscuridad en la que se le veía envuelto. Ni siquiera le valió la bala que le pasó rozando como a un elegido a ojos de su cohorte. Musk ha sido el revulsivo que le ha dado vida, junto a la inteligencia artificial al servicio de la desinformación y Netanyahu, que ha puesto de su parte la extensión de la guerra en Oriente Próximo, haciendo oídos sordos a los planes de paz de Biden (que lo llama en privado “mentiroso, hijo de perra”, según el nuevo libro de Bob Woodward).

El boomerang. Si Trump pierde, su ruina ocurrió en un mitin en Nueva York, en el último soplo de campaña, donde un cómico se ensañó con Puerto Rico (la llamó “isla flotante de basura”). Este Estado (libre asociado) no vota para presidente, pero sí los millones de boricuas que residen en el continente (sobre todo, en Pensilvania, la urna clave). El chiste, en la parte mefítica del mitin-trampa, ha caído como una bomba en el electorado latino, que, junto a la población negra y asiática, es determinante en un país en el que ya no basta con los votantes blancos para llegar a la Casa a la que ese color da nombre.

¿Y si Kamala Harris está llamada a hacer historia y se convierte en la primera mujer que presida ese país que tanto nos incumbe, a la que apoyan Taylor Swift y Beyoncé, pero también hombres como Bill Gates? Por eso, con el verso de aquella copla popular que adoraba Pedro García Cabrera, permítanme que les diga que “la esperanza me mantiene”.

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