conversaciones en los limoneros

“El creador de este destino fue Pedro Pueyo y la inversión española es de 2.000 millones de dólares”

Javier Marañón Cañadas, cónsul de España en Cancún
Javier Marañón Cañadas, cónsul de España en Cancún. Fran Pallero
Javier Marañón Cañadas, cónsul de España en Cancún. Fran Pallero

Lleva 25 años como cónsul honorario de España en el estado mexicano de Quintana Roo (con sede en Cancún), es tinerfeño, nació en Santa Cruz de Tenerife en 1951 y es también un entrañable amigo desde hace más de 40 años. Javier Marañón Cañadas, sobrino del gran don Gregorio Marañón, hijo de uno de los mejores pilotos de la historia de la aviación española, don Manuel Marañón, y de una guapísima tinerfeña, Rosalba Cañadas, tristemente fallecidos los dos. Tiene en su poder la Cruz al Mérito Policial con distintivo blanco porque ayudó a la policía española a capturar a un peligroso terrorista en Cancún y ha protagonizado cientos de anécdotas con los 200.000 españoles que cada año visitan la ciudad turística de la Península de Yucatán. “A veces es agotador, damos cita en el consulado cada 20 minutos”, me dice, y más con la política de nacionalizaciones, que incluyen incluso a los judíos sefarditas. Por número de inscritos puede ser el consulado honorario más importante de América, pero a Javier de lo que le gusta hablar es de cosas viejas de Tenerife, a pesar de que intento cambiarle las preguntas. Lleva peinado de godo, de esos con melenita, y pañuelo de seda y bufanda de seda. Es un cachondo al que siempre le ha gustado la vida social e, indiscutiblemente, ha desarrollado una labor diplomática impresionante en Quintana Roo, ha sido condecorado varias veces y cuando recuerda los casos en los que ha tenido que vérselas con las autoridades mexicanas uno no puede más que reírse o llorar. No tiene pelos en la lengua, tengo que cortarlo y suavizar yo sus propias respuestas, porque Javier viene de vuelta de todo. Y le da igual casi todo. Cinco hijos, dos de ellos mexicanos y tres canarios, de tres matrimonios. No ha perdido el tiempo. Ha estado en Tenerife para visitar a una de sus hermanas, pero cuando la entrevista vea la luz ya habrá volado a Madrid y a Sevilla, a una boda. Luego a México otra vez. Pero quiere terminar en su país. “Sí, porque ya está bien de estar fuera de él y de trabajar, que los años no perdonan, aunque ya ves que estoy bien, a pesar de que he sufrido 22 cirugías de diversa complejidad”.

-Qué tiempos.
“Yo fui delegado de Aviaco y de Transeuropa y tuve mucho que ver en la organización del transporte aéreo interinsular, antes de la llegada de Binter”.

-Ahí diste el callo.
“¡Cómo que si lo di! Eran épocas muy complicadas de reestructuración del transporte doméstico en España. Mucha gente trabajó mucho en esta organización, que nos cogió a todos de sorpresa, una vez que Iberia dejó de cubrir las rutas entre Canarias”.

-Muchas veces hablo con Tomás Cano, Javier.
“Yo le tengo un gran respeto a Tomás. Lo conocí como jefe de escala de Spantax en Tenerife. Fue el fundador de Air Europa y también uno de los directivos de los primeros tiempos de Oasis. Yo también tengo ganas de charlar con él de los años felices”.

-Por tu condición de cónsul has aparecido varias veces en los periódicos.
“Pues sí, recuerdo un caso que tuvo mucha repercusión mediática cuando a una española le metieron en su maleta material prohibido, del que no voy a hablar. Hoy ella es amiga mía, pero costó convencer a las autoridades de que era inocente. Una joven gallega con la que luego hice amistad. Al final todo tuvo un final feliz”.

-¿Cuántos españoles tienes inscritos en el consulado?
“Más de 7.500 residentes en Quintana Roo, pero no hay manera de que puedan votar. No me preguntes por qué”.

-¿Es verdad que Cancún fue inventado por un español?
“Por supuesto. Mi amigo Pedro Pueyo, un gran hombre, que construyó piedra a piedra un destino y creó una compañía aérea y potenció este lugar turístico, Oasis y Cancún. Pedro era un fuera de serie. Su muerte supuso para mí un durísimo golpe”.

-¿Y de tus andanzas por el mundo qué me dices?
“Mira, yo he montado compañías aéreas en Cuba, en Chile, en Argentina y en Brasil. Ah, y en la República Dominicana, bajo la presidencia del doctor Balaguer. Organicé rutas por toda América y creo que cubrí una etapa muy importante en la aviación de varios países. Luego las cosas han ido cambiando, porque en el mundo de la aviación todo cambia muy rápidamente”.

-¿Cuál ha sido tu mayor frustración?
“No haber terminado la carrera de piloto. Pero a los 20 años tuve que ponerme a trabajar. Menos mal que uno de mis hijos es piloto y continúa la tradición de su abuelo”.

(El padre de Javier, don Manuel Marañón, fue el comandante de Iberia –uno de los brahmanes de la compañía, así los llamaban–, que en los primeros tiempos de la Transición llevaba al rey a sus viajes de Estado. Cuando el rey quería escuchar alguna confidencia del comandante Marañón, ambos se encerraban en uno de los baños del avión y hablaban).

-Fuiste un estudiante mediocre.
“No, más bien malo. Me echaron de los jesuitas, pero aquella era la época del porro y de esas cosas, yo estaba más pendiente de lo que podía hacer en la calle que de estudiar. Y en Preu me echaron. Mi padre agarró una calentura y me puso a trabajar. Nosotros éramos siete hermanos, cinco chicas y dos chicos”.

-Manolo y tú. Estaban muy unidos.
“Mucho, para mí fue otro palo su muerte. Manolo fue delegado de Iberia en Copenhague y en Lisboa. Me enseñó todo lo que él sabía de aviación, que era mucho. Sí, efectivamente estábamos muy unidos”.

-¿Y cómo te dio por la diplomacia?
“Por casualidad. El anterior cónsul se marchaba y el cónsul general de España, Ramón Gandarias, me nombró cónsul en Cancún a finales de 1999. Ya sabes que estoy bien dotado para las relaciones públicas. He procurado hacerlo lo mejor posible y la verdad es que Exteriores ha reconocido varias veces mi labor”.

-Incluso ayudaste a detener a un peligroso terrorista de ETA.
“De esas cosas no puedo hablar. De verdad, no puedo hablar. Sí te diré que me condecoraron y que llevo esa condecoración con mucho orgullo”.

-¿Has tenido oportunidad de atender a altos cargos españoles?
“Pues sí, sin distinción de colores, por cierto, como debe hacer siempre un representante diplomático, aunque sea ad honorem”.

-¿Puedo saber nombres?
“Pues por ejemplo a José María Aznar, con el que tengo buena relación, y al ministro socialista de Exteriores, Moratinos, al que aprecio mucho”.

-¿Cuál ha sido la inversión española en Cancún?
“Hace un par de años, en una entrevista para Ovejas Negras, un programa de la televisión mexicana, me hicieron esa pregunta. Y he actualizado algunos datos. El 72% de la inversión turística en Cancún es española. Se calcula que los españoles nos hemos dejado en este destino, que es muy bueno, unos 2.000 millones de dólares. Son cifras que pueden asustar pero que resultan rigurosamente ciertas”.

-La mayoría de los españoles censados en México no son nacidos en España, ¿me equivoco?
“No, no te equivocas. Alrededor de el 30% son nacidos en España, los otros han sido nacionalizados mediante normas aprobadas por el Gobierno y por el legislativo. Ya te he dicho que más de 7.500 españoles están inscritos en el Consulado Honorario de Quintana Roo, unos 7.800 para serte más exacto”.

-¿Es difícil que un judío sefardita obtenga la nacionalidad española?
“En su día nosotros sólo recogíamos la documentación y la enviábamos al Consulado General en DF. Tenían que aportar una serie de documentos y el Consulado General resolvía. La verdad, no tengo la estadística a mano, pero muchos de ellos sí lograron convertirse en ciudadanos españoles”.

-Tu labor es de 24 horas. ¿Cobras por ello?
“Ni un peso”.

-¿Entonces?
“Esto se hace por amor a tu país, pura vocación. Ni siquiera por estatus social porque tú me conoces y el estatus social yo lo tengo y me importa un pito. Así que todo ello gira en torno a una labor altruista al servicio de los compatriotas”.

-¿Y te dan mucho la lata?
“Pues sí; a uno se le olvida el pasaporte en un bar, otro se tira al agua con él, a otro se le ha ido la mano con las drogas, a otro lo detienen porque ha montado un altercado, borracho. En fin, cosas que pasan. Y hay que resolverlas. A otro lo tienes que ir a visitar a la comisaría para prestarle asistencia. Es un sinvivir, pero para eso estamos”.

-¿Hay mucha corrupción en México?
“Hay cosas de las que uno no debe hablar. También la hay en otros países, incluso en el nuestro. Pero no soy yo el más indicado para hablar de esas cosas”.

-¿Estás cansado de este cometido?
“Me queda poco ya, primero por edad y segundo porque me voy a mudar a España en cuanto pueda. Así que me tendrás que aguantar cuando vaya a verte a Tenerife, que es mi lugar favorito para vivir”.

(El padre de Javier, el comandante Marañón, me contó en cierta ocasión una anécdota. Despegando de Ciudad de México, que está a 2.240 metros de altura sobre el nivel del mar, a tope de combustible y de pasaje, en un Super DC-8 de Iberia, vio cómo casi en velocidad de decisión, V-1, un indito con un burro cruzaba la pista por la que despegaba el avión. Dominaba tanto la aeronave que la elevó del suelo un instante, superó el obstáculo, recobró la senda de despegue, en una pista muy larga, y se fue al aire sin incidencias, salvándole la vida al mexicano y al burro. Desde la torre le dieron la gracias. No se lo creían).

“Si mi padre te lo contó es que fue verdad. Él jamás mentía. Yo también le escuché alguna vez contarlo a los amigos. Parece increíble, pero con un avión se pueden hacer cosas maravillosas”.

-He oído que en México son estrictos para algunas cosas y muy laxos para otras.
“Sí, la tienen tomada en los aeropuertos con los pilotos y con las azafatas. No les dejan pasar ni un cartón de cigarrillos ni una raqueta de tenis. Confieso que nadie sabe quién dio esa orden y yo no lo he podido resolver en Cancún”.

-¿Tienen un seguro los cónsules honorarios, están cubiertos por alguna póliza estatal?
“Qué va. Lo único que nos pagan son los costos derivados de la valija diplomática. Ser cónsul honorario es un acto de servicio a tu país. Si te gusta, bien y si no, pues te vas”.

-¿Decepciones?
“Pues, sí. Lo mismo que tienes éxito en tu trabajo tienes también decepciones, pero yo prefiero olvidarlas”.

-¿Te gusta vivir en México?
“Mira, tengo hijos mexicanos, o sea que imagínate. Pero también te digo que como en España no hay otro país. Cuanto más mundo conozco más me doy cuenta de ello”.

-Por eso quieres volver.
“Sí, en cuanto arregle mis papeles de jubilado español, me vengo. O sea que notarás las ganas que tengo de pasear por Madrid y por Santa Cruz y de tomarme una copa en el Mencey, como hacíamos siempre”.

-Qué tiempos, Javier. Hace años que no paso por el hotel.
“Tú te lo pierdes”.

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