tribuna

La democracia no surge de la muerte sino de la esperanza

El editorial de El País titulado 50 años sin Franco vuelve a dar una de cal y otra de arena, porque plantea el debate de la conciencia del rigor histórico con la supeditación a las tesis de los organizadores. Algunos denuncian que esto coincida con la ausencia de crítica al intento de golpe a la democracia de Nicolás Maduro en Venezuela. Pero dejemos esta incongruencia contradictoria y vamos al texto. El final es glorioso cuando, después de enumerar los desastres de la dictadura, que sufrí, contra la que luché como el que más, dice que, a partir de la muerte del general, en noviembre de 1975, “la democracia tuvo que empezar a revertir con éxito para seguir encarando el futuro. Esa obra pertenece a todos, es un fracaso que no podamos celebrarlo juntos”. Se le escapa al editorialista el término celebración, al que los más discretos llaman conmemoración, cuando no es ninguna de las dos cosas. La muerte de Franco no fue el principio de la democracia, como todo el mundo sabe, menos los que pretenden reescribir la historia falseándola. La democracia comienza por la decisión de una clase política que nada tiene que ver con ese hecho. Es más, se tiene que enfrentar con las reticencias de un régimen que no ha desaparecido del todo. Arias Navarro es el presidente hasta el verano de 1976. El diseño del rey Juan Carlos I, el presidente Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda, no llega hasta que Suárez no desembarca en la Moncloa. El proceso no hubiera sido posible sin la incorporación del PSOE, de Felipe González, y el PC, de Santiago Carrillo. Esto lo sabemos todos a pesar de que ahora se le encargue a los historiadores que digan lo contrario para que los españoles nos nutramos con una verdad inventada. La pregunta es por qué no se celebra lo que hay que celebrar, que es la Transición que desemboca en la Constitución de 1978. Porque no conviene, porque interesa adelantar las fechas para crear un poquito más de polarización en un tiempo en que las cosas no van muy bien, y porque esperar a 2027 sería demasiado tarde para sacarle rentabilidad al asunto. El editorial pone condicionantes diciendo que se equivocarán los organizadores si lo que persiguen es aumentar la polarización. ¿Qué otra cosa se pretende partiendo de una efemérides mentirosa, al menos en el hecho de vincularla al nacimiento de nuestro proceso democrático? Se habla de mirar atrás sin ira, y ese eslogan, en forma de canción esperanzadora, no aparece hasta que se vislumbra un horizonte político de libertad, que es 1977. Libertad sin ira. No está mal evocarlo en el tiempo en que se ha destapado el cajón donde se guardaban las iras contenidas que la Transición hizo olvidar en una reconciliación sin precedentes. ¿A qué ira se refiere? ¿A la que enterramos hace 47 años o a la que hemos hecho renacer en la memoria de los que no lo vivieron? No puedo estar de acuerdo con esto. Ya sé que me llamarán facha, pero, si defender la verdad es pertenecer a la máquina del fango, no me va a quedar más remedio que admitirlo. Para eliminar dudas, adjunto un soneto que hice en 1997 para una carpeta de grabados de mi hermano José Luis:
Galaico invicto, morador del Pardo,/ aislada y misteriosa fortaleza / que a la escasez de tu naturaleza / engrandece como la flor al cardo. / Sólo por vete fuera el tiempo aguardo / y mi espera confunde a la pereza. / La coraza que blinda tu entereza / no deja contemplar tu don bastardo. / Por fin la gloria llega una mañana / de un abril que, ofrecido en primaveras, / con himnos y tambores se engalana. / Hierático saludas las banderas / y tiembla el suelo de la Castellana / al paso de tus huestes guerrilleras.

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