tribuna

La increíble fortaleza de las mujeres que cuidan

Que no pase desapercibido el aniversario: en diciembre se cumplieron 18 años desde que el BOE publicó la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia, conocida como Ley de Dependencia. A mí, que he pasado buena parte de mi carrera profesional en este campo, se me hace ahora difícil de recordar cómo eran las cosas antes de esta Ley para las personas dependientes y sus cuidadoras (en femenino, porque sabemos que ellas conforman la inmensa mayoría de quienes se dedican a los cuidados). Todos conocimos, en nuestro barrio o en nuestra familia, a alguna mujer que tenía una persona dependiente a su cargo: un hijo/a, padre o madre, suegro o suegra, hermanos, marido… Se las tenía conmiseración por su “mala suerte”, y una cierta admiración por el modo abnegado en que renunciaron a todo para cuidar a un tercero. Pero era su problema. Durante muchos años, la dependencia no fue ni un asunto social ni un asunto colectivo, sino algo relegado al ámbito doméstico. Un “te tocó a ti” en la lotería de la vida. Sinceramente creo que todo este país, toda la sociedad que lo conforma, tiene una deuda con el presidente Rodríguez Zapatero por la forma valiente en la que sacó adelante una Ley que contenía un mensaje claro: cuidar de los más vulnerables es, por supuesto, un asunto público que nos atañe a todos y todas, y a las Administraciones las primeras. Vino a completar un Estado del Bienestar que durante demasiado tiempo se olvidó de los dependientes y de sus cuidadoras. Es una Ley que pone recursos al servicio de los dependientes, y un pequeño reconocimiento material para las cuidadoras. No olvidemos que son mujeres que renunciaron a un proyecto de vida propio, a un desarrollo profesional y económico, a un futuro garantizado con sus cotizaciones, porque no podían dejar desatendida (ni sus entornos lo hubieran aceptado o entendido) a una persona que no podía valerse sola. El desgaste físico, emocional y psicológico al que se veían sometidas no tuvo una respuesta o compensación hasta la entrada en vigor de la Ley, cuando empezaron a cotizar justamente por el trabajo que realizaban en el hogar, y que, no nos engañemos, tanto le ha ahorrado al Estado. Por eso fue tan cruel que el hacha de los recortes del PP cayera antes que nada sobre sus cuellos, cuando en 2012, borrachos de austeridad, decidieron retirar esas cotizaciones. “Trabajen gratis otra vez, señoras”, se les dijo sin rubor alguno. Devolver las cotizaciones a las cuidadoras fue una de las primeras decisiones del presidente Pedro Sánchez al llegar al Gobierno y puedo decir que es una de las que más orgullo me produce. Y consolidada esa medida, es hora de ir más allá. Es imprescindible, y así lo he defendido en el Senado, reconocerles derechos inherentes al servicio que prestan, desde fórmulas para favorecer la conciliación y el respiro familiar, hasta formación (porque cada persona dependiente tiene su propio perfil y el cuidado mejora cuando se tienen conocimientos específicos), prevención de riesgos para que en el cuidado no se vaya la salud propia e incluso una prestación económica. Que una mujer se pueda sentir gratificada cuidando a una persona vulnerable con la que tiene un vínculo familiar o afectivo no nos exime de retribuirlo, porque del amor no se abusa. Es exasperante ver que en Canarias hay, a día de hoy, 17.374 personas en lista de espera para la valoración de la Dependencia, 4.360 más que hace un año; esa cifra representa a miles de mujeres que siguen levantándose cada mañana sin tener garantizadas ni las prestaciones que la persona dependiente necesita ni la cobertura que ellas merecen por el trabajo que realizan. La escritora y activista australiana G. D. Anderson dice que el feminismo no busca hacer que las mujeres sean fuertes, porque ya lo son, sino que busca cambiar la percepción que el mundo tiene de esa fortaleza. La Ley de Dependencia vino a hacer algo así. Las mujeres que levantan cuerpos en peso para asearlos y perfumarlos, que llevan al día una medicación ajena, que cocinan y alimentan, que ofrecen ocio y un cariño sin límites ya saben de lo que son capaces. Somos los demás, como sociedad y como Administración, los que tenemos que mostrar nuestro respeto a esa labor implementando de forma efectiva, completa y ambiciosa la Ley de Dependencia.

*Senadora del PSOE por Tenerife

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