Por Juan Luis Calero
Aquí estamos otra vez. De remplón. Nunca, la verdad, he perdido el entusiasmo y el nervio por esta profesión. Esto de escribir en alguna esquina de la prensa, engancha. Me entraron ganas de hacerme un hueco en este Diario de Avisos donde transité durante un tiempillo. Pedí permiso para entrar de nuevo y Lucas Fernández me dijo que la puerta estaba abierta, que el fechillo estaba echado, porque a él siempre le ha gustado la ventilación cruzada. Por tanto, no es culpa mía. Me dijeron que sí, que podía escribir de remplón; pero que fuera breve, que no me enrollara como una persiana, no hay necesidad de distraer a los amables lectores con mis cosas, ocupándome de asuntos que no llegarán a nada. Como el porqué de nuestra existencia y esas tonterías así. En realidad, quiero hablarles de Caco Senante. Él, el eterno embajador canario en Madrid, suele apelar tanto en sus escritos como en el regate en corto, a la importancia de la individualidad, al concepto de persona y nos invita a profundizar en él.
Dice Caco que hay personas, personajes, que imprimen más carácter al sello de la identidad que el mayor despliegue propagandístico que uno pueda imaginar. Lo digo porque acabo de saborear su magnífico libro, intitulado Deja ver, un recopilatorio de artículos publicados en este mismo periódico. Caco se centra en esas intrahistorias tejidas en bajo relieve desde el anonimato por personajes populares, en una trastienda en la que también se fijaron Miguel de Unamuno y María Zambrano.
Es tal la coincidencia con Caco Senante, el fabricante de amigos, que hay un programa en la Televisión Canaria que lleva el mismo título: Deja ver. Coincidí también en unas recientes Improntas madrileñas; y asistió a mi rito de iniciación sobre el escenario, en Lanzarote, junto a Carlos Puebla y Los Tradicionales. Corría el año 1978. Fue en un acto benéfico para las familias de unos pescadores. Y, ahora, mi intención es visitar La salsa de la vida, su itinerante exitosa exposición.