Por Juan Luis Calero. | Fulgor sin lastre, buen título. No es mío. Hoy, toca algo de poesía. Dice el pensador alemán Hans-Georg Gadamer, en Arte y verdad de la palabra, que la poesía es el lenguaje por excelencia, el texto eminente. Porque el lenguaje poético, muchas veces a duras penas, nos da acceso, una aproximación, a lo que no se puede nombrar. A lo inefable. A lo que no se percibe a través de los sentidos. Nos da una referencia lejana de lo innombrable. Y esto viaja en las coplas populares, en el decir de los místicos y en la poética con fundamento.
Es lo que practica a pie juntillas Roberto Toledo Palliser, el poeta desinquieto. Él no tiene miedo de hacer uso de las palabras con tal de provocar imágenes fugaces en el alma del lector. Es cuando, de remplón, con su libro Fulgor sin lastre en mis manos, me doy cuenta que la poesía nos salva, una vez más. Nos abre el mundo de los sueños y clausura los burdos caminos de la violencia. Sea ésta doméstica o con armas terroríficas que alteran el sueño de los niños, y tiñen el aire con la triste y pestilente presencia de las guerras.
Y esta apuesta por lo sereno, por la suavidad, lo amigable y sonriente, se palpa a la primera si uno emprende el camino a la cumbre de Gran Canaria. A Juncalillo. Territorio del poeta panadero, Manuel Díaz, que amasa cada día infinitos versos con sus propias manos y con levadura fresca. Allí conocí al poeta tinerfeño Roberto Toledo Palliser. Lo he visto en más de un Artebirgua de Las Letras, junto a Pepe Dámaso y Ángel Sánchez, Premio Canarias de Literatura, mi querido profesor y prologuista del poemario Fulgor sin lastre. Ángel Sánchez que, en aquellos inolvidables seminarios de literatura canaria que se celebraban los sábados en la antigua Universidad Laboral de Tafira, me descubrió El lino de los sueños de Alonso Quesada. Preludio de mi pasión por las Humanidades y la Filosofía de la pregunta, parafraseando a mi estimado Manuel Fraijó, un discreto sabio que sabe mucho de religiones, y que aún nos ilustra con sus conferencias.