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Otros mitos de Canarias

Toda sociedad carga con sus mitos correspondientes, con una buena dosis determinada de falsedades que no se sostienen sino en un imaginario heredado, y a esa herencia la llamamos tradición y en su nombre construimos destellos, actos, que parecen cultura. Toda sociedad cuenta con una pasarela por donde se dejan ver, bien maquilladas, las ideologías pasajeras y los cuentos infantiles que nos permiten dormir plácidamente, hasta que los cálidos rayos de sol inundan nuestra mesilla de noche.

Por ejemplo, nos hacemos creer a nosotros mismos y a los turistas, que tenemos seguro de sol. Que el peletazo no existe en esos montes, hasta que coges la guagua para El Batán de Anaga porque quieres visitar a Mariano el hermano de Valeriano, y las frías barbas de los alisios te acarician el rostro entre brezos y aceviños. Y también sentimos vergüenza si una borrasca, con el nombre que sea, se posa sobre nuestras cabezas y nos topamos de frente con un grupo de guiris perplejos y con cholas. Y no digamos nada si nos metemos en el territorio culinario. Porque se nos cambia la cara si alguien desprecia el gofio o nos hacen saber la cruda realidad: el caldo de papas aparece en el puesto cuarenta en la lista de los platos que menos gustan al visitante, según el Taste Atlas.

Y el Carnaval de Canarias, no solo el de Santa Cruz de Tenerife, también navega sobre verdades endebles porque todos los que hemos estado cerca de la fiesta de la máscara, sabemos que los incidentes violentos no son casos aislados. Eso del Carnaval más seguro del mundo es otro de los mitos que llevamos metidos en vena. Las broncas, las botellas volando y otros espectáculos han estado siempre ahí, y la cosa ha ido a más. Por eso me puedo imaginar lo desbordados que se verán los profesionales que velan por nuestra seguridad, arriesgando sus propias vidas. En una fiesta donde domina la sana intención de divertirse, sin tener que recurrir a nada extraño para pasar un buen rato.

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