Por José María Noguerol
¿Qué es un libro? Un frenesí. Siempre. En este Sant Jordi habrá libros y rosas rojas, en Catalunya. Los jorges celebran su santo y las georginas, también. Felicidades. Ese día es casi obligado comprar y regalar libros y rosas, pero cualquier otro día del año también. Casi todos los días. Un día de Sant Jordi compré la Enciclopedia Británica, en una caseta de Paseo de Gracia, venga a firmar letras y letras de entonces. Otro, varios ejemplares de Rayuela, de Julio Cortázar, que fui regalando por las calles a las niñas bonitas que pasaban, a cambio de una sonrisa. Unas cuantas no quisieron dármela, se quedaron sin libro. No saben lo que se perdieron. Cortázar ha sido el mejor, sin entrar en comparaciones, de los mejores latinochés de aquel tiempo, que fueron muchos. Mi primer viaje en el metro de París lo encontré arrebujado con un libro en una esquina del vagón. No fui capaz de interrumpir su atenta lectura con un saludo inapropiado. Me queda ese recuerdo. Hoy se celebrarán fastos en medio de mucha memoria para desmemoriados. Hasta en la plaza mayor de Chinchón pondrán puestos de venta, me dicen. Sé que es mentira porque en Chichón no hay libros ni nadie que los lea: un día hará la prueba de Rayuela, con mi suerte arrancaré al menos una sonrisa femenina y varias burlas masculinas. Siempre nos quedará Rayuela a modo de alambique infinito de la literatura. Hoy puede aparecer lo mejor en la televisión si se le da al botón adecuado y se presenta Joaquín Soler Serrano entrevistando a Vargas Llosa, o a Borges, o a Barral, o, sobre todo, a Julio Cortázar: incomparable. El bruselense era un tratado metaliterario en sí mismo, por su erre arrastrada, por su barba y su estatura. Fue la primera vez que escuché hablar de Roberto Arlt, lo mismo que Borges cuando citó a Macedonio Fernández. Hoy hacen descuentos en las librerías, qué novedad. Las rosas se venden a más precio salvo que te acerques a la calle Santaló, en Barcelona, cerca del mercado, y preguntes por Milagritos, una costurera ourensana retirada y ahora dedicada a los menesteres de las flores cortadas: si vas de mi parte, te hará un buen precio y te invitará a un gimlet en el bar homónimo. No cometas el error de contarle el origen del nombre del cóctel: es amiga de Terry Lenox y casi prima de Chandler. Ese día le dieron el Cervantes a un escritor crepuscular, a él y a un colaborador (que leyó su discurso), porque Álvaro Pombo está con la salud delicada. Ciertos maledicentes afirman que está así desde que montó un número colérico en la casa de Juan Benet, en el 6 de la madrileña calle de Pisuerga. No volvió más. Entonces trabajaba en un banco español en Londres, Pombo, e iba y venía a Madrid por cuestiones literarias, como siempre que se viaja del oeste hasta el infierno. En Sant Jordi confundes a la Maga de Cortázar con cualquier sonrisa femenina, incluso la robada en Chincón o una malquerida en Santiago de Compostela, donde las muchachas, por estas fechas, salen a la calle a dejarse solear en la primavera de callejuelas de piedra y lanzas herrumbrosas. Quizás volverás a ningún lado y, también quizás, preguntarás enfebrecido por Ella: ¿dónde está la literatura?