No teman, no vamos a sacar las metralletas”, comentó Manuel Hermoso en vísperas de su primer encuentro en Madrid con José María Aznar. El fundador de Coalición Canaria (CC), que falleció ayer a los 89 años, no tenía química con el presidente que cogía el testigo en la Moncloa, después de años de sintonía y contrapesos con Felipe González. “Aznar, el mesetario”, lo llamaba.
Pero Hermoso (hijo de un emigrante malagueño que iba a América y prefirió quedarse en Santa Cruz) se metía en el bolsillo a la gente, mantuvo las distancias y pactó. Era tan pragmático como vascos y catalanes, sin ETA ni chantajes soberanistas. Sin embargo, en Madrid le temían en el PP porque era el primer presidente nacionalista de Canarias y jugaba con la estela de Cubillo y la de Fernando Sagaseta de la UPC, dos cocos. Hermoso guardaba cartas bajo la manga, había cierta leyenda sobre su infinito instinto político, venía de censurar a Saavedra, nada menos, el gran prelado socialista, y de inventarse un partido canario como quien se saca un conejo de la chistera. Un partido que ha durado más de 30 años.
Pese a los temores, era incapaz de exhibir una metralleta y hasta le pidió a su escolta que olvidara lo de llevar la pistola siempre encima. Cogió un avión y recorrió las capitales de Europa hasta conseguir que en el tratado de Ámsterdam figurara el famoso estatuto de las Islas como región ultraperiférica, una palabra, incluso, denostativa, pero que sería el ancla perfecta de las Islas en el continente.
Hermoso se empeñaba en objetivos que no tenían precedentes y aquella vez pidió a González que le echara una mano. Pasó de su deleitación por los barrios como alcalde de Santa Cruz a una vocación europeísta desde el Meridiano Cero que le haría incompatible con los arrebatos del Brexit o la ola euroescéptica de los ultras de la UE.
No era posible desligar el mito Manuel Hermoso de su alter ego, Adán Martín. El quinto hermano lo llamaban en la familia de Martín y aquellos dos ingenieros industriales fueron amigos toda la vida, sin margen de fisura en una relación de hormigón armado que parecía fruto de un pacto de sangre.
Cuando su debut en la política en el 79, a Hermoso el carisma le corría por las venas como alcalde, un alcalde populista de UCD que habría querido militar en el PSOE, pero Adán Martín, que tenía barba negra y recortada y un aire a Fidel de joven, como lo retrataba su biógrafo Tad Szulc, resultó tener también un déjame entrar, y, a dúo, completaban una fórmula que arrasaba en la urnas.
Aquella dupla había sido un golpe de suerte. Eran técnicos que querían “echar una mano” a la democracia. Fue José Miguel Galván Bello el que les dijo cuando lo visitaron, “ni hablar, ustedes entran en política y tú, Hermoso, te presentas a alcalde”. Hermoso decía siempre que nunca quiso ser político.
Cuando llegó el momento, el condestable de ATI no le tuvo vértigo a la política regional ni nacional, pese a que su fama de alcalde carnavalero hizo creer a sus adversarios que no daría la talla cuando tuviera que lidiar con el REF y pensar en modo autonómico y no municipal o cabildicio. En ese ínterin, Hermoso era visto como un chicharrero insularista, y, entonces, ya de vicepresidente con Saavedra, se fue a vivir a Las Palmas con Asun Varela, la inseparable mujer de su vida (padres de una familia numerosa), y se bañó en la playa de Las Canteras.
Hoy sería impensable, en una censura, la escena de Saavedra, que, al perder el báculo del poder, le deseó suerte: “Ten paciencia y aguante y ten cuidado con cierto clima jomeinista entre tu gente”. Al cumplir 40 años de andanzas autonómicas, el patriarca socialista invitó al almuerzo del aniversario a su amigo Manuel Hermoso. El afecto era mutuo. Hermoso consideraba a Saavedra “el mejor presidente de la historia de Canarias”.
Esa vida de entonces era arriscada, de cierto funambulismo en ocasiones. Hermoso se hizo amigo de Fidel Castro en Cuba y lo invitó a visitar la tierra de origen de su madre Lina Ruz. De regreso de una cumbre de la ONU en Estambul, Fidel quiso hacer escala en Canarias. Y Aznar se opuso. Terció Hermoso (“es nuestro invitado”) y el Comandante aterrizó en Tenerife. Hermoso era un pedazo de pan, decía todo el mundo, pero podía ser tan obstinado como el propio Fidel.