opinión

¿Quién dijo miedo?

El miedo nos paraliza, condiciona y nos hace más vulnerables. A medida que avanza este siglo XXI, y sus particulares “locos años 20”, parece que esta sociedad no tiene capacidad de elección, ni de reacción, ni de cambio. Son muchos los frentes abiertos y mucha la sed de venganza, tanta que contrasta gravemente con un momento de máximo desarrollo y cultura, al que parece que poco le cuesta dejar que todo se destruya.

Siendo sincero, reconozco que en esta ocasión no sé bien sobre qué reflexionar, porque no quiero cansarle más con historias de escuchas y chanchullos o episodios que pretenden generar más divisiones. Tengo la sensación, de que lo que escriba hoy, mañana ya no tiene ningún sentido.

Confieso que estoy absolutamente abrumado por lo que le pasa a este mundo. Intento situarme mentalmente en lo que vivieron mis abuelos desde principios del siglo pasado, plagado de conflictos y guerras innecesarias de las que ya todos conocemos sus consecuencias. Hoy somos nosotros esas personas, pero en otro momento totalmente diferente, aunque no menos cruel. Tal vez, dentro de un siglo, serán nuestros nietos los que se pregunten cómo nosotros pudimos superar tanta barbarie. Espero que no nos vean como una sociedad que miró para otro lado.

Cuando esos jóvenes del futuro reflexionen sobre lo que se le hizo a Gaza, algo que nosotros estamos aún por descubrir; lo mismo que con Ucrania o con otra de las incontables guerras en las que Israel intenta involucrar al mundo occidental bajo un discurso plagado de mentiras, tal vez ellos, dentro de 100 años, tengan su juicio de valor sobre lo que ahora sucede, que no es más que un genocidio.

La humanidad sabe muy bien quién es Hitler, Gadafi, Sadam Husein, Franco, Fidel Castro…

Esta sociedad en la que vivimos, acaso no es capaz de darse cuenta de quién es Netanyahu. No es capaz de percatarse de lo que pretende Donald Tramp. Es posible que tampoco seamos lo suficientemente maduros como para detectar otras intenciones políticas que van ganado terreno.

La diferencia entre nuestros abuelos y nosotros, es muy clara. Ellos sufrieron todas las dificultades y calamidades bajo el azote añadido de la pobreza, el hambre y la más absoluta debilidad social. Sin embargo, nosotros, niños y niñas de bien, en una sociedad permisiva y poco involucrada, nada nos importa más allá de la puerta de nuestras confortables casas.

Las guerras y la represión se sufren en la piel, pero quizá muchos piensan que a ellos no les toca porque están protegidos detrás de su teléfono móvil, que aleja de todo mal. La absolución y el desprendimiento de los problemas se logran ahora con una firma en Change.org o con un emoticono de desagrado, pero nadie se sentirá así en paz, porque la paz se lucha y se trabaja; no es un regalo, es un compromiso.

Lo que no está bien, no se puede dar por bueno, y con esto me refiero a lo que se pretende hacer con todos nosotros por la puerta de atrás. Se habla de un imparable avance de la derecha más extrema en todo el mundo, algo que es cierto, pero que no se aborda con la suficiente responsabilidad y dedicación. Esa ideología y justo en frente el comunismo, condicionaron al mundo el siglo pasado, con consecuencias que hoy en día mueven los designios de este avanzado y contradictorio S XXI y, de alguna manera, ambas permanecen y se alimentan de lo mismo: la ignorancia y represeión.

(Vale para las dos ideologías) Los fieles de la extrema derecha se quedan con dos ideas y cuatro consignas para mantener un discurso demoledor hacia el adversario, sin necesidad de recurrir a la historia o reflexionar sobre lo que realmente pasó. Eso ya es suficiente para que todo un país observe cómo se puede poner al frente al ciudadano o ciudadana más impresentable que se podía haber escogido.

En EEUU, muchos cubanos y parte de la comunidad latina dieron su apoyo al actual presidente, a pesar de que su discurso los incluía a ellos como elementos nocivos para la nación. El miedo, otra vez el miedo; tal vez la ignorancia también, ha vuelto a condicionar la forma de vida de las personas.

La incesante persecución y caza del inmigrante en este país es demoledora, a la vez que un auténtico atentado a los derechos humanos. Se les busca y atrapa con los elementos que solo sabe construir y manejar una dictadura: la complicidad.

En las redes sociales, a diario podemos ver vídeos inútiles de denuncia que sacan a la luz una acción impune de las autoridades fronterizas, cuyas prácticas son más acordes a otros tiempos, y que quien las lleva a cabo está convencido de que está legitimado por los votos de los ciudadanos, entre ellos, muchos de los que ahora están siendo deportados.

EEUU se destruye para crear un nuevo país sobre sus ruinas, a imagen y semejanza de su presidente, el mismo que planea para la actual superficie devastada de Gaza y por encima de sus miles de muertos en una guerra desigual, un complejo turístico para personas de su misma calaña.

Y esta es una visión de una parte del mundo que nos hemos dado, en la que el voto se cambia por el miedo; miedo al vecino, simplemente porque es extranjero; miedo al que no piensa igual; miedo al que siente de manera diferente, miedo al que es pobre…

Una persona cobarde, no puede llevar los designios de un país y, mucho menos los del mundo, pero el mundo se mueve por el miedo, y eso ahora mismo ya es una ventaja.

Esto tiene que cambiar.

¿Quién dijo miedo?

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