tribuna

Un hombre bueno llamado José Esteban Rodríguez

Por Javier Lima Estévez. | En el corazón del mes de mayo, se apagó la luz de un hombre bueno, un hombre cuyo paso por la vida dejó una huella indeleble en todos los que lo conocimos. Se trata de José Esteban Rodríguez García. Nació en Los Realejos en 1947, y fue desde niño, gracias a la guía de sus padres, José Esteban y Juana, que comenzó a forjarse como el hombre íntegro y trabajador que fue. Creció en un hogar lleno de sacrificio y superación, rodeado de sus hermanos: Gerardo de la Cruz, Carmen Lourdes, Juana María, María del Pilar, Vicente Manuel, Rosa Margarita y Pedro Jesús, muchos de los cuales, lamentablemente, ya no están entre nosotros. Pero José Esteban, como el hijo mayor, asumió una responsabilidad que, con tan solo 12 años, lo llevó a ser el pilar de su hogar. A esa edad, vio partir a su padre, quien tuvo que emigrar durante un espacio de tiempo a Venezuela en busca de mejores oportunidades, y aunque la separación fue dolorosa, se convirtió en un catalizador para su madurez prematura. Ya no era solo un niño, sino el hombre de la casa, y esa carga la asumió con un coraje que solo los que han tenido que crecer rápidamente pueden entender. Desde muy joven, se vio obligado a dejar los estudios para trabajar y ayudar en lo que fuera necesario. Sus primeros pasos los dio en el núcleo turístico de La Romántica, donde con sus propias manos construyó su futuro y el de los suyos. El trabajo, lejos de ser una carga, era su manera de demostrar su amor por su tierra y por su familia. La satisfacción de contribuir al bienestar de los demás era lo que lo impulsaba, y a lo largo de su vida nunca dejó de reflejar esa humildad y dedicación en todo lo que hacía. El Puerto de la Cruz fue otro de los escenarios que le permitió ampliar su horizonte, donde siguió demostrando su capacidad de adaptarse a las circunstancias y su afán de seguir aprendiendo. Durante una temporada, trabajó en el Hotel Atlantis, un lugar más donde su energía incansable y su amor por la excelencia dejaron una marca imborrable. Como tantos, también cumplió con el servicio militar. Finalmente, su camino lo llevó al Bar Dinámico, en la plaza del Charco, un lugar donde, con su trabajo y dedicación, se convirtió en una pieza clave. Y son muchas las personas que, al recordar a José Esteban, rememoran las largas jornadas de trabajo en el bar El Principado, junto a su esposa Mency. Su receta de papas bravas era legendaria. En otros rincones de la isla, como en el bar de la piscina de Las Aguas o en el restaurante Mojo Picón del sur tinerfeño, su presencia también se hizo notar, llevando siempre consigo una energía que lo caracterizó. Así fue, también, como su camino se cruzó con el mío, en un negocio de ordenadores y máquinas de juego que regentaba debajo de su casa, donde compartimos más de una conversación que quedará para siempre en mi memoria y en el agradecimiento por su forma de ser y actuar con nuestra familia. Además de su incansable trabajo, José Esteban fue un hombre de pasiones. En su juventud, formó parte de grupos como Los Tarántulas, Las Mujeres Bigotudas y, sobre todo, fue uno de los fundadores de la Fanfarria Realejos. Pero si hay algo que siempre estuvo presente en su vida fue su devoción por la Virgen del Carmen de Los Realejos. Con una fe inquebrantable, participó como cofrade durante décadas, siempre presente en los momentos más solemnes, siempre con su potente voz lanzando vítores de alegría: “¡Viva la Virgen del Carmen! ¡Viva nuestra Madre! ¡Viva la Patrona del Valle!” Cada vez que hablaba, su emoción tocaba a todos los que lo escuchaban. Y a todo ello se sumaba un compromiso por su realidad más cercana que también proyectaría durante años en la política. Desde estas líneas, nuestro más sentido pésame a su esposa, hija, hermanos y a todos los que formaron parte de su vida. Se ha ido un hombre bueno, cuya memoria siempre será recordada con cariño, gratitud y respeto. D.E.P. Amigo.

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