tribuna

El particular santoral de Canarias

La onomástica personal del mundo hispánico, constituida por nombres propios u oficiales, nombres familiares o hipocorísticos y nombres burlescos, apodos, nombretes, motes, alias o sobrenombres, presenta características especiales en las Islas Canarias. Los nombres propios u oficiales, que están constituidos por nombre de pila (de elección familiar) y dos apellidos (tradicionalmente, el primero del padre y el primero de la madre) y que se reducen a identificar objetivamente a su titular ante los desconocidos, la administración, la seguridad social, etc., presentan entre nosotros características especiales, sea en calidad, sea en cantidad o frecuencia de uso, tanto en el apartado de los nombres de pila, con formas particulares como Yaiza, Nauzet, Guacimara, Doramas, Marcial, Miguel, Candelaria, Peña, Pino, Nieves, Guadalupe o Reyes, procedentes del guanche o determinados por los nombres de los patrones o patronas de los lugares, como en el apartado de los apellidos, con formas propias como Bacallado, Coello, Melo, Dorta, Sosa, Almeida, Pires, Abreu, Castro, Corujo, Perdomo, Umpiérrez, Caraballo, Martín, Chinea, Tacoronte, Melián, Betancor, Marichal, Stinga, Martinón o Berriel, en buena medida de procedencia normanda, guanche o portuguesa, y que tan bien han estudiado autores como Francisco García Talavera y Carlos Platero Fernández, por ejemplo, en varias de sus publicaciones.

Los nombres familiares o hipocorísticos, que son una simplificación o manipulación personal del nombre propio, para penetrar en el ámbito de soberanía nominal del titular, generalmente con su permiso, presentan también formas propias entre los isleños. En el apartado de los hipocorísticos creados por simplificación del nombre de pila (sea por apócope, síncopa, aféresis, palatalización, asimilación, etc.), que da lugar a nombres de una carga afectiva de alto voltaje, tenemos formas tan particulares como Chalo (de Marcial), Lenzo (de Lorenzo), Cayaya, Lala, Lali, Yaya o Yayi (de Candelaria) o Liano (de Graciliano). Y en el apartado de los hipocorísticos creados por derivación apreciativa, mediante sufijos diminutivos o aumentativos, cargados también de una alta intensidad emocional, nos encontramos con formas derivadas en -illo (Mariquilla, Pedrillo, Carmilla, Tomasillo o Paquilla), para niños, con sentido meramente afectivo, y formas derivadas en -ito (Mariquita, Periquito, Carmita, Tomasito o Paquita), para personas mayores del nivel popular, con sentido de respecto cariñoso, en oposición a tratamientos de respeto formal, como doña María, don Pedro, doña Carmen, don Tomás o doña Francisca, que se usan para designar de forma respetuosa a la gente que no pertenece al nivel popular, como médicos, abogados, curas o maestros, sobre todo. Y, por último, en el apartado de los nombres burlescos o nombretes, que son formas de denominar basadas en características físicas de las personas designadas o en circunstancias particulares de su vida, que es lo que los convierte en altamente humorísticos (de ahí que suelan usarse frecuentemente para ofender, ironizar, expresar cariño, etc., en ámbitos populares muy cerrados y en ambientes carcelarios, donde la rivalidad, las envidias y las mezquindades tanto proliferan), presenta el español de Canarias también formas singulares, relacionadas con su vocabulario más local y sus tradiciones populares, como el Guirre, la Camella, el Claca, el Rapadura, el Tajalague, la Perinquena, el Puipano, el Tupido, el Cherne o el Rascancio.

La particular onomástica persona que comentamos pone claramente de manifiesto hasta qué punto presenta la gente de las Islas características distintas dentro del mundo hispánico. En primer lugar, pone de manifiesto que su origen no es homogéneo, sino que procede de geografías y razas distintas: guanches, españoles, portugueses, moriscos… El canario es gente de mil leches, como suele decirse vulgarmente. De ahí su tan traído y llevado mestizaje. En segundo lugar, pone de manifiesto que las connotaciones que presentan los nombres personales de las Islas son distintas de las que presenta la onomástica de otras partes del mundo hispánico. Nombres como Doramas, Yaiza, Nauzet o Guacimara o apellidos como Melo, Sosa, Pires, Dorta o Bacallado presentan connotaciones de procedencia y de ámbito distintas de las que presentan nombres como Juan, María, José o Sara o apellidos como García, Pérez, Hernández o Rodríguez. Se oyen en ellos ecos lejanos de los ancestros guanches y portugueses y de los particulares ámbitos profesionales de la pesca, la ganadería y la agricultura de las personas que los usan. Y, en tercer lugar, pone de manifiesto la onomástica personal que nos ocupa que las relaciones y las jerarquías que mantienen los isleños entre sí y con los que vienen de fuera (peninsulares, godos, chonis, guiris…) son en parte distintas de las que mantienen entre sí y con los otros las gentes del resto de las sociedades hispánicas, pues, tanto sus fórmulas de tratamiento como sus hipocorísticos y nombretes o motes implican jerarquías y afectos de sentido distintos de las fórmulas de tratamiento, hipocorísticos y nombretes o motes propios de estas.

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