Esta preciosa isla con bosques de robles y castaños, cascadas y una costa accidentada, Samotracia tiene una belleza salvaje y un atractivo remoto que la distingue de otras islas griegas que todos conocemos y son más populares.
Aquí no se reservan vacaciones en paquete, ni siquiera hay un servicio fiable de transbordador a la capita. Las autoridades de la isla confían en obtener la categoría de Reserva de la Biosfera otorgada por UNESCO. Sin embargo, un agresor insaciable amenaza el entorno de la isla de una manera jamás vista.
Las cabras semisalvajes superan a la población humana de la isla por 15 a 1, y están devorando zonas de Samotracia hasta que parece un paisaje lunar. Tras décadas buscando soluciones, expertos y locales buscan la forma de encontrar un modo vanguardista de salvar la economía y la ecología de la isla.
Las cabras vagan por la isla, que tiene un tamaño aproximadamente como tres veces la isla de Manhattan. Se las ve sobre los tejados, en los árboles o encima de los coches mientras buscan cualquier cosa que comer. El hecho de que pasten sin control está causando una peligrosa erosión en el terreno.
Hace dos años, las lluvias torrenciales arrasaron con el ayuntamiento y cortaron varias carreteras. En las empinadas laderas, esquilmadas por las cabras, no quedaban árboles ni vegetales para detener los aludes de lodo creados por los aguaceros.
“No hay árboles grandes que aguanten la tierra. Y eso es un gran problema, tanto financiero como real porque (el lodo) se nos viene encima”, explicó George Maskalidis, que ayuda a dirigir la Asociación Samotracia Sostenible, un grupo ambientalista.
Samotracia, en el norte del Mar Egeo, está dos horas en transbordador al sur de Alejandrópolis, una ciudad griega cerca de la frontera con Turquía.
Con apenas 3.000 habitantes y un acceso complicado, la isla ha quedado en gran parte al margen del boom turístico griego. El pastoreo en montaña sigue siendo una forma de vida allí, y pese a tres décadas de intento, las autoridades regionales no han conseguido un consenso local sobre cómo abordar el problema.
Mientras tanto, la población de cabras se multiplicó por cinco, hasta unas 75.000 para finales de la década de 1990. Algunas zonas del campo quedaron totalmente consumidas.
El número de animales ha caído después por debajo de 50.000 porque tienen poco que comer. Pero esto ha dejado a la isla en una trampa. La mayoría de sus cabras están malnutridas y demasiado delgadas para explotarlas de forma comercial por su carne, el pienso animal resulta demasiado caro para mantener un negocio sostenible, y buena parte del terreno se ha deteriorado demasiado como para repoblarlo con árboles.
Además, los precios de la lana, el cuero, la carne y la leche han bajado, agravando la desesperación de los ganaderos en Samotracia.
Yiannis Vavouras, un ganadero de cabras de segunda generación, dijo que muchos colegas en la isla tienen pocas alternativas.
“La mayoría estamos a punto de dejarlo. Si tuviera otro empleo, dejaría las cabras”, dijo entre el ruido de los cencerros. “No da suficiente como para tomarse un café”.
Los rebaños crecieron en parte debido a los subsidios de la Unión Europea, dentro de un sistema que según las voces críticas estaba mal controlado y carecía de planificación a largo plazo. Es posible que ahora haya que revocarlo porque reducir los rebaños parece inevitable, al igual que imponer límites a las zonas de pasto.
Pero ese ajuste no tiene que ser perjudicial, al menos según la optimista local Carlota Marañón, una abogada española que se instaló allí hace una década. Marañón lidera una iniciativa de sostenibilidad y ha suavizado a arraigada desconfianza de los isleños hacia soluciones que vengan de la Grecia continental o más allá.
El grupo ambientalista ha trabajado con investigadores extranjeros y ayudado a crear una aplicación para gestionar los rebaños, entre otros muchos programas pilotos, para combatir el problema. Incluso los ganaderos, muy celosos de su independencia, han formado una nueva cooperativa para intentar compartir recursos y crear una marca para la isla.
“Es posible hacer las cosas de una forma más sostenible”, dijo Marañón. “Eso podría suponer menos cabras, pero en realidad eso podría ser mejor para los ganaderos”.
Tener una comunidad unida también ayudará, señaló.
“Aquí todo el mundo está conectado con los ganaderos de alguna manera, de forma que el problema afecta a todo el mundo. Para vivir de la tierra tienes que mantenerla con vida”, añadió.